jueves, 24 de julio de 2014


          “El músico transmuta cualquier cuadro en sonidos” (Robert A. Schumann)
         Robert Alexander Schumann nació en Zwickau (Sajonia) en 1810, mismo año que otro gran romántico, Frederik Chopin, un año más tarde que Felix Mendelssohn, uno antes que Franz Lisz y tres antes que Wagner y Verdi. El núcleo del Romanticismo Musical.
Hijo de un librero, editor y escritor con gran interés hacia la cultura, Schumann desde niño se sintió atraído por la literatura y la música, algo constante en toda su vida. Fue el más culto de los románticos (recordemos su doctorado en filosofía, 1840), escribió poemas que, extrañamente, nunca puso música. Prefirió los de otros autores. En su adolescencia dudaba en dedicar su vida a una de las dos artes, finalmente se decidió por la música cuando ya había perdido a su padre y su madre le hizo estudiar derecho. Las obras de Ignaz Moscheles y Niccolò Paganini le inspirarán/conducirán al arte sonoro. Primero quería ser un virtuoso del piano (como Moscheles) al igual que Paganini lo fue del violín pero un lamentable accidente le hace perder un dedo y cambia de planes al descubrir los deliciosos “Lieder” de Franz Schubert a quien admiraba profundamente su obra aunque nunca conoció personalmente.
Beethoven y Schubert están en la intersección fronteriza de los estilos clásico- romántico. Los clásicos buscan la fraternidad, la libertad, Dios, la grandiosidad mientras los románticos están más por el mundo individual, el apasionamiento, el tiempo que vuela y la espontaneidad en la intensidad del momento musical. Schumann siendo puramente romántico, el más grande de todos, difiere de ellos porqué es más sensitivo y emocional. Capta mensajes que, traducidos por su aguda sensibilidad e inteligencia, se convierten en música exacerbadamente lírica y bellamente romántica aunque a primera vista parezca carecer de los rutilantes timbres y planos sonoros de Chopin, de las erupciones sulfurosas de Liszt, también su música es más fría que la del lírico espontáneo Schubert; nada de esto es. En Schumann afloran otras cualidades y mucho partido sacará de él un director de orquesta que sepa comprenderlo. Al igual que Schubert será señalado muy hábil en las miniaturas y con ciertas dificultades en composiciones largas. Algo de verdad hay aunque en la música orquestal también nos ofrecerá páginas de indescriptible belleza. El conocimiento de los “Lieder” schubertianos será el acontecimiento clave para la decisión vocacional sobre la música y más adelante, al remover los papeles del difunto Schubert, descubrirá la partitura de la Novena Sinfonía (“La Grande”), “la Maravillosamente Grande”, en sus propias palabras   y la dará a su amigo Mendelssohn para dirigirla en público).
Schumann aborda sus cuatro sinfonías al estilo beethoveniano, o sea obertura, scherzo y final pero cuando se ve impotente para dominar la forma yuxtapone temas y repite ciertos movimientos más que desarrollar su contenido. Pero, aún con ello, el concierto para piano es precioso, el segundo movimiento de la sinfonía nº 1 (“Primavera”) es encantador como es muy destacable toda la sinfonía nº 3 (“Renana”), casi es música programática ya que ilustra la vida de las gentes del Rhin, su historia, sus leyendas y es, prácticamente, una obra pictórica con cinco movimientos en lugar de cuatro, siendo también la excepción en el Allegro (con flautas y violines) el cual rompe con las introducciones lentas del resto de sus sinfonías mientras la nº 4 --- bautizada por el autor como “Clara” (en homenaje a su amada esposa, compuesta a los pocos meses de su boda) --- es la más elaborada. No menos bello que el de piano es el concierto para violoncelo donde un intenso arrebato lírico parce atravesar toda la partitura. Hay un concierto para violín que ha ganado con el paso del tiempo.
De quince números que compuso para la obra de lord Byron solo sobrevivió la obertura “Manfredo” y hay alguna ópera sin mucho éxito que nada aporta a la obra schumanniana (“Genoveva”). En música de cámara destaca el quinteto en mi bemol, tres cuartetos para cuerda de cortante sequedad y un cuarteto para piano en mi bemol.
Prácticamente toda la música para piano tiene un altísimo nivel. Destaquemos sus magistrales y “no fragmentables” “Estudios Sinfónicos”, tema y doce variaciones sin interrupción a diferencia de los “Estudios” de Chopin con los cuales se comparó. Otras obras citables: “Carnaval”, una de las piezas más imaginativas del autor, “Carnaval de Viena”, fulgurante y variado, “Escenas de niños”, complementado con “Escenas para la juventud”, son de una extraordinaria habilidad y una hermosa “Fantasía” para piano. Junto con la vertiente del piano (lo dominaba totalmente) hay otra parte que compone lo más destacable de su obra: la música vocal tras la inconmensurable aportación de Schubert a los lieder. Aunque a veces anduviera por sendas poco escolásticas el autor obtuvo una gracia y una belleza solo comparables a la espontaneidad y el lirismo de un Schubert.
Schumann no tuvo una larga vida, vivió solo 46 años. Falleció en plena locura progresiva (1856) en un sanatorio mental en donde solo era visitado por su querida esposa Clara y por su discípulo Johannes Brahms quien llevaría a la perfección las enseñanzas de su maestro.
“La música me sirve para comunicarme con el más allá” (Robert A. Schumann).
                        

                                                 Narcís Ribot i Trafí 

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