miércoles, 25 de septiembre de 2019

TRES REQUIEM SOLEMNES


Réquiem, del latín “Requiem= Descanso”, es la misa de difuntos, oración por los difuntos antes, durante o después del entierro. También recibe el nombre de “Misa de Réquiem” (“Missa pro defunctis” o “Missa defunctorum”). Nació en la Iglesia Católica pero también fue usado en otras iglesias cristianas como la Ortodoxa, la Luterana o la Anglicana. Su denominación procede de las primeras palabras del “Introito”: “Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis” (“Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua”).
Generalmente se siguen los movimientos de la eucaristía católica (recordemos que la Iglesia Luterana carece de eucaristía) supriemiendo el “Gloria” y el “Credo” y cambiando el “Aleluya” por el “Tractus”. Regularmente la estructura del “Réquiem” es: I) Introitus, II) Kyrie, III) Graduale, IV) Tractus, V) Sequentia, VI) Offertorium, VII) Sanctus, VIII) Benedictus, IX) Agnus Dei, X) Communio, XI) Responsorium, XII) Antiphona y XIII), alguna oración/canto añadido, optativo, siglo XIX. A partir del Concilio Vaticano II, sin suprimir el latín, estas composiciones fueron traducidas a las correspondientes lenguas propias de cada país.
Interpretados en la iglesia los réquiem, después, lo fueron también en las salas de concierto.



1)- EL REQUIEM DE MOZART

Mozart, divino Mozart….” (Franz Schubert, músico)
A Mozart no se le prefiere, se le ama” (Jean-Victor Hocquard, musicólogo y escritor)
        
                            Wolfgang Amadeus Mozart nació un 27-marzo-1756 en una modesta casa de   Salzburg (Austria) cuando el momento musical europeo muestra todo un amplio abanico de posibilidades. Hay una serie de formas en evolución en un tiempo rico y variado cuando acaba de finalizar el Barroco Tardío, fechado exactamente por algunos en 1750 cuando muere el sin par Juan-Sebastián Bach, observándose una corriente de profunda renovación que atraviesa todos los géneros, alcanzando, alguno de ellos su forma definitiva. Hay un tipo de música más ligera y melodiosa, con acompañamiento más simple que la del Barroco y cuyo fin primordial es el entretenimiento y la distracción del auditorio. Esta música se identifica con el período Rococó, manifestado también en otras artes (arquitectura, pintura, escultura e incluso la vestimenta, la jardinería y la construcción de muebles).
Aquí aparece Mozart  (la evolución musical  aún continuará), pilar del Clasicismo Musical junto a su gran amigo Joseph F. Haydn y el futuro Ludwig van Beethoven. La obra que Mozart legó a la posteridad presenta unas proporciones vastas e inusitadas: unas 800 obras en menos de 36 años, en las que la calidad no desmerece nunca y, casi siempre, se mantiene a un altísimo nivel (sólo parangonable a Juan S. Bach el cual produjo más de 1000, pero vivió 65 años).
Siendo un “niño prodigio” (como Schubert o Mendelsshon) la actuación de su padre, Leopold Mozart, músico académico y competente, pero “sin genio”, fue beneficiosa (en contra de algunas opiniones) al encauzar positivamente el camino musical de su hijo.
Las primeras composiciones datan de 1761 (a sus 5 años) y en el último año de su breve vida (1791) recibió un inesperado encargo para componer una “Misa de Réquiem” (“Misa de difuntos”) haciendo una pausa en la elaboración de su gran ópera (prácticamente finalizada) “Die Zauberflöte” (“La flauta mágica”, marzo-julio de 1791). Seguramente Mozart empezó a escribir el “Réquiem Aeternam” (en Re menor, K 626) en agosto si bien debió posponer el trabajo cuando le llegó el encargo de la que sería su última ópera: la hoy revalorizada “La clemencia de Tito” (agosto-septiembre). El 5-diciembre-l791, enfermo y angustiado, fallecía Mozart. Muchos han comentado que consciente o inconscientemente la obra la compuso para sí.
Su viuda, Constanza (que acababa de dar a luz), encargó la terminación de “Réquiem” a J. Ebler, músico muy estimado por su marido, más éste, ante los primeros compases del “Lacrimosa”, no se atrevió a continuar pasando el comprometido encargo a F. Süssmayer, fiel alumno de Mozart.
En el momento de la muerte de Mozart la situación de la obra era esta: los dos primeros episodios (“Introito” y” Kyrie”) estaban terminados; los seis pasajes estaban completados en las partes vocales y solamente esbozados en las partes instrumentales; el “Lacrimosa” se interrumpía en el 8º. compás, mientras que los fragmentos “Domine Jesu Christe” y “Hostias” (las dos partes compositivas del “Offertorium”) estaban sólo señalados en sus líneas generales mientras el “Sanctus”, el “Benedictus” y el “Agnus Dei” faltaban por completo.
Siempre se discutirá la forzada aportación de  Süssmayer (como lo sería igualmente la de cualquier otro), nunca sabremos como hubiera sido la obra enteramente realizada por el maestro pero podemos decir que el “Réquiem” es la elegía de un artista moribundo, una lamentación pura y humana” (1); hay resignación ante la muerte física inevitable pero también hay fe en la inmortalidad ideal. Es una pieza de una belleza conmovedora que abrirá el seguimiento de otros “Réquiem” (especialmente en el Romanticismo) de futuros músicos: Johannes Brahms, Gabriel Fauré, Giuseppe Verdi o Robert A. Schumann….
Recordemos el ritmo anhelante y resignado del “Introito” con estilo polifónico, la salmodia gregoriana del 2º y 3er. movimiento; la gran fuga (que nos recuerda a Haendel) en torno al “Kyrie Eleison”, cuyo contratema rápido sobre el “Christie Eleison” desarrolla sus vocalizaciones; el grandioso coro, sin descanso, para voces y orquesta del “Dies Irae” (“Dies Irae”, “Turba Mirum”, “Rex tremedae”, “Recordare”, “Confutatis” y “Lacrimosa”, junto con el “Ingemisco” son las siete partes que componen la “Sequencia”) que sugiere lo desconocido (de gran estima para los románticos); estilo concertante en un solo trombón para los versículos del “Turba Mirum”; del grito a la plegaria urgente que acaba en polifonía en el “Rex tremendae”; la arrolladora intensidad del “Recordare”; la alternativa violencia-pasión en el episodio dramático del “Confutatis”; el crescendo subido de tono del “Lacrimosa”; el motete contrapuntístico del “Domine” y el motete de gran serenidad con la destacable actuación de los violines que es el “Hostias”. El “Sanctus”, el “Benedictus” y el “Agnus Dei”, como hemos dicho, no son de Mozart.
El dramatismo del “Réquiem” no está pensado como golpe de efecto, es la visión desnuda de la vida terrena al levantarse el telón que la separa de la eternidad (2)….

                                                                    
1)- “Mozart, repertorio completo” (Editorial Cátedra/Clásica, 1994), de Amedeo Poggi y Edgar Vallora.
2)- Le preguntaron a G. Rossini “¿Quién es el más grande de los músicos?”. Respuesta: “¡Beethoven!”. “¿Y Mozart?”. Respuesta: “¡Oh, él, es el único!” (en esta época aún no estaba del todo “redescubierto” Juan-Sebastián Bach. De haberlo sido, la respuesta sería aún más difícil).





2)- EL REQUIEM DE BRAHMS


“Mientras el mundo siga enorgulleciéndose de personas como Brahms, con el corazón de un niño y el carácter de un héroe, no temo por la humanidad” (Dr. Richard Fellinger)


                                              Johannes Brahms (Hamburgo, 1833-Viena, 1897) presentó ya desde la infancia su vocación musical, bien secundada por su padre Johan Jakob Brahms, contrabajista e instrumentista bastante modesto y peor pagado.
 Brahms no fue un “niño-prodigio” como Mozart sinó un músico de estudio constante, muy meticuloso y exigente con sus composiciones (la 1ª. de sus 4 sinfonías fue gestada durante 21 años, 1855-1876, ya que no se atrevía a elaborar tal composición en su juventud). Era respetuoso con las formas heredadas (por lo que fue tachado, falsamente, de conservador), bebió esencialmente de las fuentes clásicas de un Mozart y un Beethoven en un tiempo en que el Romanticismo estaba ya finiquitado. Considerado clásico y académico fue en realidad un gran innovador; sólo él tuvo el atrevimiento, p. e., de introducir una estructura de chacona en homenaje a Juan Sebastián Bach, algo nunca visto, en el episodio final de su 4ª. sinfonía. Todo ello deja muy claro que es muy difícil separar lo que es invención temática y forma: una y otra van indivisiblemente unidas.
Pocos artistas han conseguido tanto como Brahms con su admirable economía de material (como el pintor que partiendo de escasos y austeros colores en su paleta logra obras magistrales). Durante su evolución eliminó la omnipresente repetición temática usada por muchos y rechazó los adornos, oropeles y la ampulosidad musical. Todo estaba calculado, todo en función de la música y su riqueza de significados.
La elaboración de su famoso “Ein Deutsches Requiem” (“Réquiem Alemán”, opus nº 45) requirió 12 años (1856-1868) en una época de transición humana y musical del autor. En muchos aspectos el “Réquiem” ocupa un lugar único entre sus obras: la más extensa y con una de sus más valiosas partituras. El autor tomó sus textos de la Biblia en alemán (de aquí el nombre de “Réquiem Alemán”), es una obra para sala de conciertos. Mientras Mozart, Cherubini, Berlioz, Verdi y algunos más se mantuvieron fieles a las palabras latinas prescritas por la liturgia católica, Brahms---luterano y buen conocedor de la Biblia---eligió los textos libremente.
La obra se aleja tanto de los luminosos corales de Bach como de las catarsis beethovenianas conquistadas después y a través de largos sufrimientos. Para Brahms el vértice supremo de la alegría era la paz y el silencio. Los afligidos tendrán y los difuntos tienen ya la paz prometida, expresada con acentos de extrema dulzura. El consuelo es la esencia del “Réquiem” brahmsiano.
La composición está dedicada a su madre, fallecida hacía poco, y a Robert A. Schumann (que murió en total enajenación) de quien Brahms fue discípulo y al que profesaba gran estima (en realidad Schumann lo reconoció y anunció como”futuro genio musical”).
La pieza es para soprano y barítono solistas, coro y orquesta (1). El esquema de la obra es: I) “Dichosos los afligidos…” (Mateo, 4), coro y orquesta sin violines de color; II) “Toda la carne es como la hierba” (1 Pedro, 1-24), únicamente coral con orquesta completa (en una melodía trágica que recuerda a Mahler); III) Salmo XXXIX, barítono solo y coro, fuga sostenida por pedal de “re” en el timbal; IV) Salmo LXXXIV, el coro canta al Eterno en un clima de serenidad; V) “Vosotros estáis tristes ahora, pero yo regresaré de nuevo y vuestro corazón se regocijará y nadie podrá frustrar vuestra alegría” (Juan, 16, 22), soprano sola y coro; VI) “Nosotros no tenemos ninguna ciudad duradera, mejor busquemos nuestra morada futura” (Hebreos, l3, 14), barítono y coro, página dramática de encomiable progresión hasta el final a estilo fugado y VII) “Bienaventurados los difuntos que mueren en la gracia del Señor” (Apocalipsis, 14, 13), recogiendo los violines aquella paz y serenidad de la 1ª. parte.
El 1er. episodio está estructurado como una coral donde predomina una atmósfera schubertiana lograda con melodías, timbres y colores doloridos pero siempre dulces (la originalidad en el desarrollo de esta pieza, que termina en fuga, es total); el 2º. episodio destaca por la sencilla articulación y por la deliciosa combinación arpa-flauta; el 3er. episodio ofrece un solo del barítono que da respuesta al coro; el 4º. es de una estructura más ligera en un carácter más de insistencia que
de intermedio con lo expuesto; el 5º. es un añadido después del estreno (magistralmente injertado), resultando una pieza exquisitamente mística y delicada (resulta excepcional la actuación de los dos pianos); el 6º. es una oscilación armónica entre las tonalidades mayor-menor que expresa la inquietud del ser humano ante sus dudas; tras una tempestad emotiva de inmensa fuerza es lógico que aparezca el 7º. movimiento que desemboca humildemente en la paz y tranquilidad…..”Bienaventurados los que mueren en el Señor…” (2).

                                                             
1)- Soprano y barítono solistas, coro y orquesta, compuesta por pícolo, 2 flautas, 2 óboes, 2          clarinetes, 2 fagotes, contrafagod “ad libitum”, 4 cornos, 2 trompas, 3 trombones, tuba, timbales, 1 o 2 arpas y órgano “ad libitum”.

2)- Una bibliografía en castellano sobre Brahms:
   - “El réquiem de la música romántica” (parte dedicada al “Réquiem de Brahms”), del Padre      
        Federico Sopeña Ibáñez (Rialp, 1965)-
   - “Brahms”, de Yves y Ada Rémy (Espasa & Calpe, 1978)-
   - “Brahms, su vida y su obra”, de Karl Geiringer (Altalena, 1984)-
   - “Brahms”, de Arturo Reverter (Ediciones Península, “Guías Scherzo, 1995)-
   -“Brahms, repertorio completo”, de Amedeo Poggi y Edgar Vallora (Cátedra/Clásica, 1999)-
   -“Brahms”, de Jeremy Siepmann (Acento Editorial, 1997)-


3)- EL REQUIEM DE VERDI

“Esta audición del espléndido Requiem de Verdi quedará entre los fastos de nuestras actividades musicales... Ir a escuchar un Requiem es algo que siempre exige cierta reflexión, cuando se ignora, como puede ocurrirle a muchos, que esta misa verdiana es uno de los más perfectos trozos de música profana que se haya escrito jamás ...” (Alejo Carpentier, escritor)


                        Continuamos con los “Réquiem”. Ahora toca el del italiano Giuseppe Verdi (Roncale, 1813- Milán, 1901). Cuando oímos el apellido Verdi lo asociamos ineludiblemente al mundo de la ópera, especialmente con algunos títulos de renombre universal (“La Traviatta”, “Aida”, Otello”, “Il Trovattore”, “Nabucco”, etc.) pero, en cambio, no muchos le recuerdan como autor de música religiosa o destinada al culto (aunque en poca cantidad y con intermitencia de varios años son composiciones más que notables): “Tantum Ergo”, “Libera me”, “Pater Noster”, “Ave María”, nuestra “Messa de Réquiem” y---unos 25 años después---“4 piezas sacras” formadas por 1) otro “Ave María”, 2) un “Stabat Mater”, 3) “Laudi alla Virgine María” y 4) un “Te Deum”, ya que antes de iniciar su carrera operística fue organista en la pequeña ciudad italiana de Monza.
Al fallecer G. Rossini en 1868 propuso Verdi elaborar una “Misa de difuntos” o “Réquiem” en colaboración con otros músicos, reservándose él la parte del “Libera” que compuso a toda prisa pero la obra jamás llegó a realizarse. Cinco años más tarde fallece el escritor Alessandro Manzoni, íntimo amigo de Verdi quien al punto decide escribir una misa de “Réquiem”---aprovechando el fragmento del “Libera”---que acabaría al año siguiente (1874) en su estancia en París.
Como los réquiems de Mozart o de Berlioz, o como las grandes misas de Bach o Beethoven, rebasa los límites habituales de la liturgia de la Iglesia. Superó las críticas de ser “obra teatral transplantada” (recordemos que Verdi poseía un temperamento puramente teatral) y de tener un sentimiento excesivamente dramático. El Réquiem de Verdi se convirtió inmediatamente en pieza idónea para conmemoraciones solemnes de carácter funerario, pero no en recintos eclesiásticos.
La instrumentación es la siguiente: Piccolo, 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 4 fagotes; 4 trompas, 4 trompetas, 3 trombones, figle; timbales, gran caja; cuerdas y---“en distancia”---4 trompetas. Verdi dividió su obras en 7 partes, excluyendo los fragmentos habituales de la misa católica: el Gradual y el Tracto (como Mozart en su Réquiem) pero añadió el “Absolutio” (“Libera me, Domine…ya preparada para el frustrado homenaje comunitario a Rossini) como hiciera Donizetti en sus tres Réquiem. Verdi utilizó gran cantidad de recursos, tanto en la parte vocal como en la instrumental y coral. La orquesta posee gran riqueza propia de un Verdi musicalmente maduro en su totalidad mientras los 4 solistas principales son los encargados de expandir el discurso a través de arias, dúos, tercetos y concertantes.
Verdi dividió su “Misa de difuntos” en siete partes: I)- RÉQUIEM, formado por el “Introito” y  los “Kyries” (soprano y coro); II)- DIES IRAE compuesto por: 1) “Dies Irae” (coro), 2) “Tuba Mirum” (bajo y coro), 3) “Liber scriptum” (mezzosoprano y coro), 4) “Quid sum miser” (soprano, mezzosoprano y tenor), 5) “Rex Tremendae” (solista y coro), 6) “Recordare” (soprano y mezzosoprano), 7) “Ingemisco” (tenor), 8) “Confutatis” (bajo y coro) y 9) “Lacrimosa” (solista y coro); III)- OFERTORIUM, bifurcado por el “Domine Jesu Christie” (solista) y el “Hostias” (solista); IV)- SANCTUS (coro), V)- AGNUS DEI (soprano, mezzosoprano y coro); VI)- LUX AETERNA (mezzosoprano, tenor y bajo) y VII)- LIBERA ME, subdividido a su vez en 1) “Libera me”, 2) “Dies irae”, 3) “Requiem aeternam” y  4) “Libera me” (todos a soprano y coro).
A tener en cuenta que no hay prólogo orquestal, al decir en un “quasi parlato” coral “Requiem aeternam dona eis Domine” sube en intensidad  los violines para crear, dramáticamente, un cierto clima de presagio y al repetirse el “Réquiem” se vuelve simétricamente al bellísimo arranque. El “Dies irae”es, sin lugar a dudas, el fragmento más dramático, prolongado y mejor acabado de toda la obra. Sí, sale el “Dies irae” a gritos, pero ¡que mano más recia (1) sabe organizar todo este cataclismo! La genialidad está en combinar la violencia con una clarísima vocalización del canto de cada palabra, la orquesta alterna entre acordes secos cuyo solo timbre está en esta sequedad y en rápidas figuraciones cromáticas. No hay intervención de los solistas en este colosal griterío inicial del 2º capítulo (2). A destacar también la trompetería del “Tuba Mirum” -- recuerda las de “Otello” y “Aida”--- problema fácil para Verdi que resuelve con una proverbial concisión y distinción de matices; el “Confutatis”se expresa mediante un bajo y la orquesta que reproducen aspectos dramáticos y ásperos. También señalar la curiosidad del “Sanctus” (capítulo IV) al que Verdi confiere un aire de oratorio (con un comienzo de trompetería en marcha triunfal derivada de “Aida”).
La estructura armónica es nítida y sencilla, de gran flexibilidad y nobleza. Más espiritual que eclesiástico, este Réquiem ha sido pieza predilecta de grandes directores como Toscanini (lo dirigió 29 veces, entre l902 y 1951, sobreviviendo varias de ellas en disco), de un inigualable lirismo lleno de vigor y pasión o Giulini, quien lima la partitura de contenido teatral y logra una espiritualidad límpida y plena de recogimiento….
                                 
                                                           
1)- Parece a 1ª. vista que acabará en caótico y estrepitoso ruído pero la absoluta genialidad de un   
      Verdi, un Beethoven o un Wagner (y algún otro) convierte el estruendo en perfecta armonía.

2)- Citado por el Padre Federico Sopeña Ibáñez en su espléndido estudio sobre “EL REQUIEM DE LA MUSICA ROMANTICA”, Editorial Rialp (Madrid, 1965).