martes, 28 de enero de 2014

CUARTETOS DE BEETOVEN


Una sala de medianas proporciones aporta favorablemente la audición de un grupo reducidos de instrumentos. Aquí nace la música de cámara: ejecutada en recintos no grandes por pequeños grupos instrumentales (p. e. un recital de piano no es música de cámara) cuya característica esencial es el “diálogo en igualdad de condiciones” entre dos o más instrumentos. En este tipo de música ningún instrumento ha de estar sometido a otro, la preponderancia de todos y de cada uno ha de ser por un igual (virtuosismo colectivo). Dejando aparte su origen podemos decir que este género debe su sentido y ordenación --- una vez más --- a la gran figura de Joseph Franz Haydn y, más tarde, al inigualable Wolfgang Amadeus Mozart, para finalmente eclosionar en los 17 cuartetos de Beethoven para luego proseguir con los románticos.
De acuerdo con los músicos figurantes, los conjuntos de cámara tendrán el nombre tríos, cuartetos, quintetos, sextetos, etc. En tríos (o tercetos) hay las formaciones denominadas clásicas o típicas (trío= violín + violoncelo + piano; cuarteto= dos violines, 1º y 2º, + una viola + un violoncelo), a partir de ahí pueden haber multitud de composiciones (p. e. cuarteto de violín, violoncelo, viola combinado con flauta, oboe o piano, etc.).
Los 17 cuartetos de cuerda de Beethoven (1770- 1827) a pesar de estar creados en épocas diferentes (escasos duetos, tríos y quintetos) señalan una arriesgada incursión experimental en la música de cámara (los últimos cuartetos de Mozart señalaban ya la dirección a seguir por Beethoven). Al compositor de Bonn no le interesa el virtuosismo en si sino las posibilidades expresivas de la cuerda con la cual --- al igual que todas sus obras --- nos comunicará sus sentimientos y pensamiento. No hay concesiones al público ni ornamentaciones superfluas; a veces su audición parece seca i difícil (es necesaria más de una audición para apreciarlas en su valía) y para algunos su audición será críptica.
Sus seis cuartetos de cuerda registrados como Opus 18 (1799- 1800) son de su primera época y no siguen el orden de creación sino tal como los colocó el compositor. Hay un “relleno” de melodía que está en su lugar, cumple su función (no de adorno) de dar entrada al estilo contrapuntístico beethoveniano tan rico y complejo que marcaría los cuartetos posteriores. Hay perfección formal exterior, a veces imitativa, y maestría técnica más ajustada al estilo “cuarteto reinante de la época).
El opus 59 (n. 1, 2 y 3), 74 y 95 son los “cuartetos de la época intermedia”. Los primeros, Opus 59, grupo de tres, equivalen en extensión a los anteriores y están dedicados al conde de Rasumomowsky. Fueron considerados muy densos y difíciles para una gran mayoría auditiva.  En los dos primeros Beethoven introduce temas folklóricos: una canción que embellece el movimiento al final del cuarteto en Fa (Opus 59, n 1) y tema imponente --- denominado “Slava” --- en “Allegretto”, tercer tiempo (Opus 59, n 2) que parte de la viola mientras se re expone y se apaga el eco del tema. Una jugada genial que, a pesar de no ser entendida en su momento, fue un éxito apoteósico entre los musicólogos mientras la parte negativa la constituyó, como en innumerables ocasiones, la crítica obtusa. Es conocida la anécdota del enfadado músico Radicatti  el cual le manifestó a Beethoven que “aquello no era música” mientras la acertada contestación del compositor fue: “Esto no es para usted, es para el futuro”.
El cuarteto en Si bemol (Opus 74) es sosegado y fino a pesar que en su “Adaggio” muestre un sentimiento similar a su Sonata “Patética” (la tristeza) y el dinámico ritmo del “Presto” recuerda el “Allegro con Brio” de su 5ª sinfonía, la llamada “Del Destino”. El cuarteto en Fa Menor, Opus 95, es una obra compacta y cargada de tensión (escrita en 1810) y de una amargura que sorprendentemente acaba en un final sugerente de felicidad, recordable a la obertura “Egmont” elaborad unos meses antes.
Los últimos cuartetos están entre lo mejor y más maduro de la música de Beethoven y de la música universal, dando nuevos caminos y nuevas claves mayor bien del amante o, simplemente, del aficionado o entusiasta de la música. Obra de gran lirismo y austeridad en el material es el Opus 127 en Mi bemol Mayor, el “Gran Cuarteto” en Si Bemol Mayor (Opus 130) es de construcción irregular (seis en lugar de cuatro movimientos) a causa del obligado retoque por parte del compositor. El Opus 131 en Do Sostenido Menor es considerado el mejor cuarteto por el mismo autor y el Opus 135 en Fa Mayor representa para Beethoven lo mismo que el Réquiem para Mozart. Sus últimos cinco cuartetos surgen de un mundo metafísico, casi inaccesible, como sus últimas obras: Sinfonía nº 9 (“Coral”) y la “Misa Solemnis”, sin comparación en la historia de la música que compuso estando enfermo y totalmente sordo.
              
                                                      Narcís Ribot i Trafí

                                                                                                           


domingo, 19 de enero de 2014

CONCIERTOS DE BRANDENBURGO


           Se denomina “Concerto Grosso” al género musical --- su máximo apogeo se sitúa a finales del barroco --- cuya formación orquestal distribuye los músicos en dos grupos: los solistas (o “Concertino”) y el grueso o propiamente “Concerto Grosso” (conocido también como “Ripieno”) los cuales “dialogaban” entre sí.
Los llamados “6 conciertos de Brandenburgo” (BWV 1046 -1051) fueron elaborados con una técnica e inspiración sin igual por el gran Juan Sebanstian Bach (1685 -1750) y redactados en limpio el 24- marzo- 1721 para ser dedicados a Christian Ludwig, margrave de Brandenburg y primo de Federico Guillermo, rey de Prusia. En el manuscrito caligrafiado en francés el autor se refiere a “seis conciertos con muchos instrumentos”. Posiblemente nunca se escucharan en palacio --- no se tenían los instrumentos adecuados para su ejecución --- aunque después fuesen interpretados, de forma precaria en Brandenburg. Incluso en esto Bach  fue un adelantado a su época: parte del instrumental adecuado para musicarlos en su totalidad y perfección se inventarían años después (la primera edición es de 1850).
En teoría Bach les dio forma de “Concerto Grosso” (especialmente los números 2, 4 y 5) pero cada uno tiene forma diferente de desarrollo ya que cada grupo “concertino” está pensado para instrumentos diferentes y, además, actúa a su manera con una originalidad e inventiva nunca repetidas.
Los números 2, 3 y 6 están compuestos en su parte orquestal por coros instrumentales de igual importancia, proyectándose los temas unos a otros en amena conversación y que solo en ocasiones dejan la voz cantante a un instrumento surgente entre ellos. Tiene su origen en la antigua “Canzona” veneciana, con coros instrumentales contrastantes (se denominaron también “Conciertos para orquesta” o “Sinfonías de concierto”). Los números 2, 5 y 5 se caracterizan por el acompañamiento de los instrumentos de cuerda, el “Ripieno”, compitiendo con el “Concertino” que consta de tres o cuatro instrumentos solistas. Excepto el 1º (consta de cuatro tiempos) están elaborados en la forma de tres tiempos/movimientos propios del concierto. El Primer Concierto es el más expresivo y rico, escrito para violín, tres oboes, dos trompas, un fagot y cuerda. Parece como si a la forma normal y tripartita de concierto (Allegro- Adagio- Allegro) quisiera Bach añadirle una suite como coronación que consta de cuatro minuetos y dos tríos simétricamente  dispuestos a una polonesa (algo nunca visto en la música de su tiempo).
El Segundo Concierto, de perfectas proporciones, conferido como paradigma de “Concerto Grosso”, en sus tres tiempos incluye un violín solista, flauta, oboe, trompeta y cuerda además del bajo continuo (como en el anterior). Los tres solistas  crean combinaciones alrededor de un mismo tema mientras el bajo da la pauta rítmica. Tiene un especial atractivo con el instrumental metálico en agudo registro de clarín. A veces la obra adquiere un carácter de concierto para solista junto a la brillantez del tratamiento de trompeta (se exige mucha pericia a los ejecutantes).
Posiblemente el Tercer Concierto sea el más popular. Quizás por ser el 3º de la serie, Bach quiso que todo girase en torno al número 3 en su movimiento inicial: tres grupos de instrumentos que dialogan a tres voces, tres violines, tres violas y tres violoncelos (también, naturalmente, el bajo continuo). Pero lo más original de toda la obra es la vivísima danza popular alemana (ländler) que atraviesa toda la composición.
También es popular el Cuarto Concierto aunque su orquestación sea menos atractiva que la de los anteriores: violín principal --- en ocasiones adquiere un protagonismo especial (como en el movimiento inicial) ---, violoncelo continuo y dos flautas  de eco. El “Presto” final tiene las características de una fuga perfectamente engastada con el resto.
El Quinto Concierto para flauta travesera, violín, viola “en Ripieno”, violoncelo, contrabajo y clavicémbalo. En su segundo tiempo solo participan la flauta, el violín y el clavecín pero este último sigue manteniendo su protagonismo. Es por ello que esta pieza es la más emparentada con los conciertos de clavecín de Bach, manteniendo su primacía sobre el resto de solistas.
El Sexto Concierto no tiene violines y es de sonoridad un tanto aterciopelada. Dos antiguas violas de “Braccio” y dos violas más, estas “de Gamba”, dominan la función sobre el contrabajo, cémbalo y violoncelo. El esquema es parecido al nº 3 pero la simetría no es tan exacta ni brillante por su tono oscuro. Con todo es original, poseyendo además fragmentos de gran belleza.
La más grande variedad, la abundancia de perspectivas, el colorido, etc. hacen de estas obras un auténtico tesoro que forman parte de las cimas más altas conseguidas en la música universal.


                                                   Narcís Ribot i Trafí