“Esta naturaleza, realmente maravillosa, me ha conmovido profundamente aunque en ella haya cosas que me resultan oscuras”. (Ludwig Tieck, 1834)
La región de la costa báltica atravesada por el río Oder vio nacer los dos pintores más destacados del Romanticismo Alemán: Otto Rünge (de la localidad de Welgast) y Caspar David Friedrich (de la ciudad portuaria de Greifswald que, como el resto de Pomerania occidental, formaba parte del reino de Suecia desde 1648 para incorporarse a Prusia en 1815).
Con Caspar David Friedrich el paisaje dejó de ser meramente contemplativo para convertirse en evocación espiritual. La pintura histórica (conmemorativa por medio de grandes composiciones de escenas históricas y/o religiosas) se convierte en anhelo íntimo y, a la vez, universal y cosmológico, capaz de conseguir por si mismo la heroicidad y el lirismo de las grandes obras del pasado.
La pintura de Friedrich se sometió a escasos cambios en su evolución, normalmente son imaginarios pero inspirados en reales “descubiertos” donde el residió y viajó. Los lugares casi fijos son: las orillas del mar Báltico, el puerto de Greifswald, las ruinas del monasterio gótico de Edena, Dresde y sus alrededores y las montañas de Harz donde representó manifestaciones de la naturaleza como campos labrados, banco de nubes, niebla en las orillas del mar, atardeceres iluminados por el resplandor de un sol poniente, el anochecer en bosques, montañas, ruinas, en el mar, etc. Por primera vez en la historia de la pintura las pequeñas dimensiones adquieren un significado mayor que en épocas precedentes. Muchas de estas obras captan la figura vista desde atrás contemplando un paisaje iluminado por el resplandor de la luna o del sol poniente, perfectas referencias del sueño romántico consistente en abastar todo el Universo proclamado por Novalis (“…el alma individual ha de adquirir una armonía con el alma del mundo”…).
Si el elemento constitutivo del paisaje romántico es el infinito, está explícito en las reflexiones teóricas y en la pintura (o bien está implícito). Los pintores anteriores al Romanticismo eran conscientes de ello e intentaban expresarlo como tal pero este sentimiento se mantuvo siempre limitado y disciplinado (cfr. En el Clasicismo). Con frecuencia la concentración de detalles individuales no dejaba lugar a la percepción de la inmensidad y la grandeza aunque a veces la abundancia de detalles constituía expresión de lo inabarcable e infinito. La diferencia entre los dos estilos (neoclasicismo- Romanticismo) radica en el intento de mostrar de manera más directa y sencilla, expresar a la vez la inmensidad y la monotonía de los elementos encontrados en la naturaleza (cielos vacíos y llenos de nubes, el mar, la llanura) por parte de los románticos. Otra diferencia es el elemento humano: en el Clasicismo la naturaleza, o sea el elemento no humano, no podía encontrar una expresión propia mientras el deseo en el orden fuera tan mesurado e imperante; en cambio en el Romanticismo lo sublime y lo ingente de esta naturaleza (valles, montañas, su espacio) es reflejo fiel ---- por más irónico y paradójico que parezca ---- de la grandeza del ser humano (todo y que a veces la presencia humana sea un punto casi insignificante). Aquí se encuentra el significado más profundo y preciso: los aspectos humanos se proyectan dentro de una naturaleza aparentemente neutra y fría. Solo cuando los paisajes románticos deleguen al ser humano a un rol puramente contemplativo se hará manifiesta la voz de la naturaleza y, sobretodo, el silencio de esta. Este es el elemento principal del arte de Friedrich, expresado en una pureza y exclusividad comparables con cualquier pintura contemporánea o posterior. No hace falta comparar más que el estilo de Friedrich con otros grandes románticos de la pintura: el mismo Otto Rünge, con Eugène Delacroix (el más grande romántico francés) o el clasicista por antonomasia Jacques- Louis David.
Aunque la mayoría de sus paisajes sean imaginarios también son creíbles, poseyendo una cualidad ambivalente y alucinatoria. Frecuentemente hace servir símbolos fáciles de entender: la cruz (la fe), el ancla (la esperanza) o los barcos navegando (el tiempo, la vida) para él la naturaleza constituía el jeroglífico de la divinidad (luego también para otros). Sus cuadros deben su extraordinaria fuerza a la sutileza visual, una manera única de contemplar este extraño contraste proximidad- distancia de detalles precisos y aliento sublime. Las figuras parecen ajenas al paisaje, inmóviles y aisladas, parecen estar en el vértice de la naturaleza y a veces fuera de ella, visten ropas extrañas, trajes pasados de moda; se diría están rezando y explorando lo que hay más allá del mundo, de la percepción sensible. La contemplación de las obras de Friedrich produce ---- a la persona sensible, claro ---- una paz interior, todo y que contrasta (en ocasiones) con exposiciones de lo tenebroso mientras la sensación de infinito se adentra en el observante….
Narcís Ribot i Trafí
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