lunes, 17 de marzo de 2014

¿QUE ES EL CINE NEGRO?



El crítico Nino Frank bautizó las películas americanas que llegaban a Francia en la posguerra (años 40) como “Cine Negro” (“Film Noir”) las cuales, de alguna manera, recordaban  la “Serie Negra”, edición de novelas policíacas con cubierta negra y dorada, colección fundada por Gaston Gallimard y Marcel Duhamel aparecida en el otoño de 1945.
Por lo tanto, “el negro” hace referencia  la temática policíaca y criminal en los diseños y contenido de las narraciones y en la tonalidad visual de los films. En verano de 1946 se estrenaron en Francia cinco películas que inauguraban la serie: “El halcón maltés” (John Huston, 1941), “Historia de un detective” (Edward Dmytryck, 1944), “Laura” (Otto Preminger, 1944), “Perdición” (Billy Wilder, 1944) y “La mujer del cuadro” (Fritz Lang, 1945).
En un sentido más restringido se denomina “Cine Negro” para referirse exclusivamente a las películas norteamericanas de los 40  (con residuos a los 50) con tramas criminales, atracadores, gánsteres, policías, violencia más o menos explícita, personajes estereotipados, presentando todo ello, un trasfondo pesimista sobre la sociedad y el ser humano. También se hizo “Cine Negro” fuera de estados Unidos --- en Francia, por ejemplo, con diversos títulos más que notables ---pero hay común acuerdo en situar la serie negra dentro de la filmografía norteamericana en el período 1930- 1960.
Así, hablando en líneas generales tendríamos: 1) en los años 30 predomina el cine de gánsteres que ofrece dosis de convulsión de los 20; 2) en los años 40 se produce un crisol de obras muy importantes en el negro y 3) en los 50 este cine evoluciona hacia una mayor pluralidad en los tratamientos. Films como “Scarface”, “Perversidad”, “El halcón maltés”, “Al rojo vivo”, “Retorno al pasado”, “El”, “Forajidos”, “La mujer del cuadro”, “Laura”, “Los sobornados”, “La jungla del asfalto”, etc. son unos cuantos ejemplos de magistrales cintas negras y hay muchos más.
El carácter “negro” de este cine no es tanto por los aspectos temático/formales como en una metafísica, una consideración de lo real que establece un fuerte dualismo entre la visión conformista del individuo y la sociedad  y en una indagación más profunda. En sentido más amplio el cine negro abastaría películas encuadrables en el cine policíaco, el de gánsteres, el “thriller”, el cine penitenciario e incluso el de terror. Los diversos títulos naturalmente tendrían un carácter “negro” en función del tratamiento estético y temático de los argumentos basados en intrigas criminales aunque no todos los estudiosos estén de acuerdo. Así, se ha dicho que el “Cine Negroes la crónica de una decadencia a modo de epílogo” o aquel que “…la puesta en escena del cual versa sobre una temática referida al crimen y a la violencia de una sociedad concreta, adoptando una determinada actitud estética/ideológica”.
Se ha englobado convencionalmente, a veces, en el nombrado “Cine Policíaco” o “Cine Criminal”. Hay mucho en común pero el “Negro” se distingue del policíaco en general en que puede ofrecer perspectivas e intereses no necesariamente poseídos por films de trama sencillamente policíaca o criminal.
En el cine de “Suspense”, p. e., los relatos están vertebrados  a través de la personalidad singular de los protagonistas mientras que en el “Negro” estos son personajes de una sociedad y de una época. Se señalan los siguientes elementos (*) configurados en el “Cine Negro”: a)  personajes estereotipados, b) historias dramáticas en las cuales la muerte o la violencia mortal tienen un protagonismo importante en el desarrollo de la trama, c) conflictos y criminalidad vienen determinados entre legalidad y moralidad en sus conductas, d) la acción es contemporánea, en general, preferentemente ubicada en espacios urbanos, e) estética visual de carácter expresionista, f) diálogos cortantes, muy “cinematográficos”, frecuentemente cínicos y, finalmente, g) historias basadas en algunas novelas, algunas de ellas baratas (“Pulp Fiction”) y/o en reportajes periodísticos. Para algunos autores (Coursodon) el “negro” se aplica al aspecto visual de estas películas: predominio de secuencias nocturnas, fotografía donde prima el claroscuro, las sombras, la penumbra, etc. Pero también su contenido: visión pesimista de la naturaleza humana, fatalismo, traición, corrupción, etc. La condición de “película negra” dependerá más del estilo, de la construcción narrativa, de la puesta en escena y de la textura visual que de las motivaciones temático/argumentales de sus historias.
En verdad mucha parte de los grandes autores del género procedían de Europa Central, iniciándose, la gran mayoría, en el momento de mayor auge del Expresionismo: Fritz Lang, Billy Wilder, Robert Siodmack, William Dieterle, Josep Von Stemberg, Michael Curtiz, Max Opüls, Curtis Bernhard… La estética del “Cine Negro” proviene, pues, del Expresionismo Alemán a través de los realizadores emigrados a Hollywood en lo que se refiere a la fotografía, decoración y elementos plásticos de la composición de la imagen. Con ello, el lenguaje, a veces, críptico y elíptico del propio relato tiene mucha relación con la censura comercial y política sufrida por los realizadores en algunos momentos: el “Código de Hays” (1933) implanta censura sobre sexo y prohíbe el quedar malparados estamentos de la ley (especialmente la policía) en las historias narradas sobre la pantalla. Por otro lado, un grueso de films “negros” es concebido como producciones y/o proyectos de bajo presupuesto en los límites y dentro de la serie “B” para más adelante aparecer la persecución del senador Joseph McCarthy el cual atentó contra las libertades y arruinó diversas carreras, muchas de ellas dentro del cine.
Otra característica (admirable) de la filmografía “negra” es la densidad narrativa. Muchas cosas suceden en poco tiempo con una concisión ejemplar en contraste con el cine posterior que privilegiará la mirada sobre el argumento y también como la mayoría del cine de hoy en día, tantas veces superficial a la hora de construir los relatos. Más adelante se complicarán los argumentos y entraremos en el campo de la irrealidad (“El sueño eterno”, del gran Howard Hawks) y también, avanzando en el tiempo y en la historia, volviéndose tan barrocas algunas tramas detectivescas como incoherentes, innecesariamente complejas y con demasiados elementos gratuitos.
Otro día podríamos centrarnos sobre los creadores de la novela negra: Raymond Chandler, Dashiell Hammett, James Cain, William R. Burnett, Horace McCoy, convertidos también en guionistas como así también los cineastas  como Howard Hawks, Fritz Lang, John Huston. Raoul Walsh, Robert Siodmak, etc.….
                                       Narcís Ribot i Trafí

*- Citado en el libro de José Luis Sánchez Noriega: “Obras maestras del cine Negro” (Ediciones Mensajero, 1998).
Otros libros útiles e interesantes. Algunos ya descatalogados, por desgracia:
Cine Negro”, de Raúl Rojo (Ediciones Internacionales Universitarias, 2005).
El Cine negro Americano”, de Robert Porfirio y James Ursini, libro de entrevistas (traducción castellana de Editorial Laertes, 2004).
Diccionario del Cine Negro”, de Javier Coma (Plaza & Janés, 1990).
“Luces y sombras del Cine Negro”, de Javier Coma (Barcelona, 1981).


sábado, 15 de marzo de 2014

LOS CONCIERTOS DE MOZART

      Es a mediados del siglo XVIII cuando el “Concerto Grosso” barroco (un grupo de solistas opuestos a la orquesta cuya creación inicial es atribuida a Arcengelo Corelli) empieza a ceder su popularidad al correspondiente sucesor evolutivo: el concierto para solista, principalmente violín o instrumento de teclado (primordialmente clavecín y, desde su aparición, pianoforte).
En esta época definitoria de las grandes formas de música orquestal surge alguna composición de carácter híbrido como la “Sinfonía Concertante”, que al no encajar en los modelos preestablecidos acaba por desaparecer. Generalmente posee una estructura de sinfonía (cuatro tiempos con un minueto en tercer lugar con dos o más instrumentos contestando a la  orquesta) y fue practicada por la Escuela de Manheim y prolongada por Joseph Franz Haydn y  Wolfgang Amadeus Mozart.
Mozart (1756- 1791), genio musical de corta vidas extraordinaria fecundidad, otorga a sus composiciones una perfección formal y una estabilidad que van mucho más allá de la gracia y la elegancia relacionadas durante mucho tiempo como únicas virtudes expresivas. Fue un artista tan profundo en su idea musical como equilibrado y refinado en sus incomparables construcciones arquitectónicas musicales.
Si Haydn se sentía a gusto en la sinfonía y en los oratorios así como en los cuartetos de cuerda y en cambio su producción de óperas y conciertos era irregular --- a pesar de fragmentos bastante bellos --- su amigo Mozart dio unas óperas y unos conciertos con mucha más personalidad y envergadura.
Mozart nos dio un total de 47 conciertos (además de 16 esbozos, o sea obras que nunca continuó), incluidas dos “Sinfonías Concertantes” (una de instrumentos de viento y otra para violín y viola), 27 conciertos para piano, 7 para violín (de los cuales dos son de dudosa autenticidad mozartiana), 4 para trompa, 1 para oboe, 1 para clarinete, 1 para fagot, 1 para arpa- flauta, 2 para flauta y el “Concertone” (*).
Entre las composiciones de Mozart más esplendidas y emocionantes figuran sus conciertos para piano (hasta el nº 14 fueron pensados para el clavecín pero a partir del nº 5 se decidió por el pianoforte por el cual sentía debilidad), escalonados a través de toda su vida en constante y formidable evolución.
Mozart no otorga más o menos importancia al piano solista o a la orquesta sino que, a veces, ambos compartían un mismo tema; la inventiva es tan inmensa (lo cual le hace menos expansivos en los desarrollos de sus conciertos que en los de sus sinfonías) que llega a crear un abanico de procedimientos para presentar una melodía y para alejar un fragmento de su conclusión prevista. Los cambios de ritmo, tonalidad y de tempo son siempre sorprendentes --- nunca con rotura brutal ---y opuestos a toda rutina y a la vez son personalísimos y nucleados en la esencia misma del clasicismo.
Dificilísimo por su gran calidad destacar alguno: sugiero el nº 9 en mi bemol (K. 271, llamado “Jeune- Homme”), el nº 20 en re menor (K. 466), el nº 23 en la mayor (K. 488), el más lírico y espiritual, el nº 24 en do mayor (K. 537), quizás el más conocido a causa de su creación en honor de la coronación de Leopoldo II (llamado “Coronación”). En 1791 escribió su último concierto para piano, el nº 27 (K. 595) en si bemol, una obra totalmente aparte, subjetiva y melancólica que parece predecir la muerte (mismo año) del compositor.
Los cinco conciertos para violín fueron compuestos en su totalidad en el año 1775 (dejamos los dos discutibles) y dedicados a Antonio Brunetti, destacado violinista. Dotado como excepcional violinista es posible que el propio Mozart los interpretara con frecuencia aunque prefería el piano. No encontramos la perfección de los dedicados al piano pero la fuerza de Mozart está siempre presente. Es notable el virtuosismo del solista con lenguaje sencillo.
Los conciertos 3, 4 y 5 para violín  son los más interesantes y trabajados con lenguaje alegre y tierno. El nº 5 (K 219) posee un relampagueante episodio, diferente a los otros, el cual le ha valido el sobrenombre de concierto “Turco”. Los cuatro conciertos para trompa son sencillamente perfectos, al estilo “francés” y con aire de “cacería” con un dominio de la solista trompa (mucho más limitada como solista que el piano o el violín) realmente sorprendente. También demuestra su dominio “todo orquesta” en su concierto para clarinete en la mayor (K. 622) elaborado también el último año de su vida, ejemplo de coloración expresiva y sacando el máximo provecho al solista clarinete todo y renunciando al virtuosismo instrumental, es el más destacado concierto de los instrumentos de viento.
                                                                         Narcís Ribot i Trafí
(*)- “Concertone” (K. 190), para dos violines y orquesta, una curiosidad dentro del espíritu mozartiano. 

sábado, 1 de marzo de 2014

LOS LIEDER DE SCHUMANN

De mis lágrimas nace una multitud de brillantes flores y mis suspiros se convierten en un corazón de ruiseñores”   (Eric Heine, poeta alemán)
LIED”- Canción acompañada de piano, su plural es “LIEDER”.
En 1862, casi consecutivamente, morían la hermana y el padre de Robert Alexander Schumann (1810- 1856) el cual, con el tiempo, sería uno de los músicos más importantes de la historia y pieza básica del movimiento romántico. Cuando el joven Schumann estaba recuperándose conoció a Inés Carus --- la cual se convertiría en un amor de juventud --- quien le dio a conocer los deliciosos lieder de Franz Schubert. Schumann, sorprendido, había realizado algunos ensayos (juveniles) en los cuales no creía mucho pero que resultarán la base de su inspiración colocada en nuevas composiciones largas del futuro. Es 1840 el año más feliz de su vida --- a pesar de su suegro --- al casarse con clara Wieck y al despertar su portentosa capacidad musical para darnos 136 lieder de los 248 que compondrá durante toda su vida.
Beethoven había arañado  la superficie de las posibilidades expresivas del lied. Su interés por la canción es más bien episódico centrado en sus ingentes sinfonías, conciertos, música de cámara y misas; sus lieder están más conseguidos que los de Haydn y los de Mozart pero --- siendo buenos --- no alcanzan la inspiración de los de Franz Schubert el cual compuso unos 600 durante su breve vida, dando, además, carta de nobleza a este tipo de música. A partir de Schubert todos querrán elaborar lieder aunque de entre ellos el único comparable al austríaco Schubert sea el alemán Schumann. Robert veneraba a su antecesor al que nunca pudo conocer personalmente. Años después descubrió la 9ª sinfonía de Schubert (perdida entre montones de papeles en la casa de Ferdinand Schubert, su hermano, el cual tenía amistad con Robert), bautizada por Schumann como “La Grande” y la dará a conocer cuando su amigo Felix Mendelssohn la dirija públicamente.
La diferencia entre los lieder de ambos maestros es evidente. Franz Schubert partía, a veces, de unos poemas de escasa calidad (valorándose aún más, por ello, su trabajo); sin artificios encuentra por instinto musical, casi espontáneamente, la traducción sonora exacta sin caer nunca en la futilidad o falsedad mientras el alemán Schumann presenta la solidez, el rigor y sin ser tan ávido de melodía sus lieder son más graves, más umbríos. Schumann, con su base cultural más sólida (el más culto de los músicos romántico recibió en su feliz 1840 el doctorado en filosofía) y gran conocedor de la literatura alemana, aportará también con sencillez arquitectónica una efusión lírica y exacerbadamente romántica. Recordemos las estructuras clásicas en Schubert, en sus lieder había clasicismo y algo de romanticismo pero en Schumann la exposición romántica es total. Para el músico de Franconia el piano ya no es el instrumento acompañante de la voz, los dos elementos están totalmente engastados, son inseparables. Su primer lied está basado en un poema de Shakespeare (“Canción de loco”, opus 127) y más adelante otro sobre María Estuardo (opus 135) pero, por encima de estas incursiones al pasado, le interesa ser actual utilizando casi todos los poetas reconocidos de su tiempo. Así, Schumann consigue con sus lieder la íntima unión música- poesía con la cual había soñado Heinrich Heine, el poeta preferido de Schumann, un ser torturado como él (adaptando 38 de sus poemas): poco conocidos son sus “Liederkreis” (“Ciclo de canciones”, registrado como opus 24) con una rica polifonía y un contraste de sentimientos. Completísimos son “Dichterliebe” (opus 48, en 16 melodías) y la excelente colección de “Los Mirtos”  (opus 25) junto con otras obras maestras en “Romances y Balaldas” (opus 45, 49 y 53). Sobre los de Joseph von Eichendorff, Schumann clama a la naturaleza tan grata a los románticos: “Liederkraüs” (doce lieder, opus 39) mientras hay tristeza y soledad en los “Doce lieder” (opus 35) basados en Justinus Kerner. Dos ciclos de lieder extrajo de Nikolaus Lenau, el destino del cual --- la locura --- recuerda al mismo Schumann: en los “Sechs Gedichte” (“Seis poemas”, opus 90) del cual hay uno (“Tarde de angustia”) que se encuentra entre lo mejor del músico. De Adalbert von Chamisso escoge “Fraunenlieb” (“Amor y vida de una mujer”), opus 42, uno de sus ciclo más célebre. Por el contrario usó muy poco --- a pesar de la admiración sentida por el escritor --- los textos de Wolfgang  von Goethe (a diferencia de Schubert): el tranquilo y sereno “Liebeslied” (“Canto de amor”), opus 51, sostenido por profundas sonoridades en el piano y los ciclos de “Wilhelm Meister” (2ª. Novela de Goethe) por los cuales Schumann sentía predilección. Con sus lieder, Schumann cerró una de las páginas más brillantes de la música romántica y mundial…


                                       Narcís Ribot i Trafí