jueves, 21 de enero de 2016

RAOUL WALSH, EL PLACER DE LA AVENTURA


                                 La vida y vocación de Raoul Walsh siempre fue la aventura. Filmó sus películas --- bélicas, cine negro, western, aventuras propiamente dichas --- impregnadas de claro estilo aventurero con pasión, bravura,  audacia y expresividad. Puede decirse que Walsh dominaba el arte de “explicar una historia”, sabía dosificar/combinar los “tempos de reposo” con los “fuertes”, describir rápidamente un paisaje/  decorado para integrarlo de forma encomiable a la historia e introducir los personajes de forma admirablemente ajustada. Las obras de Walsh no proceden de una inspiración mecánica --- nunca fue, ni quiso ser, un esteta (ni falta que hizo), nunca buscó la pulidez formal en sus films --- sino de un trabajo inaudito y de un sentimiento casi espontáneo. Su interés, como se ha dicho y escrito por el mismo y por otros, era filmar como un pintor pinta y lo hacía casi siempre de forma exhuberantemente pasional (la técnica está dentro del sentimiento, no buscada), señalando los gestos, los desplazamientos, las miradas de los diversos personajes de la forma más honesta posible, siempre en relación con un contexto preciso. Las películas de Walsh tienen siempre una dimensión trágica obtenida por la dramaturgia de la escritura. El aliento de tragedia griega o shakespeariana (siempre admiradas por nuestro hombre) están presentes con frecuencia (“Murieron con las botas puestas”, “Una trompeta lejana”, “Al rojo vivo”, “Esther y el rey”, etc.) como también destilan humor (a veces humor negro) y astucia.  La utilización que hace de la tragedia es totalmente clásica, usando los componentes indispensables: el pathos, (pasión en las peripecias del héroe), la hematía (error trágico que produce la catástrofe),  la hybris (el hombre intenta vencer el destino) que junto a la dimensión de los personajes en relación con la épica desemboca en la catarsis (purificación), solucionando el enigma planteado (“Objetivo Birmania”, “El mundo en sus manos”) aunque a veces sea con la muerte del/de los protagonista/s (“El último refugio”, “Los violentos años 20”, “Juntos hasta la muerte”, en donde los dos amantes tiroteados mueren cogidos de las manos en la “Ciudad de la Luna”, escena final que iguala o supera la similar de “Duelo al Sol”, aquí los amantes se matan entre sí, de King Vidor).
Características de Walsh tanto en sus grandes como en sus pequeños films: síntesis narrativa, energía dinámica en el filmar y rapidez en pincelar psicologías de personajes lo cual le valió la injusta acusación de simplista cuando, en verdad, era una cualidad de gran director. En cuanto a eso, solo resaltar (no es la primera vez que lo hago ni soy el primero en hacerlo) la incompetencia, ignorancia y torpeza de la crítica hispana (al menos una parte) que señalaron “Murieron con las botas puestas” (1939) como una exaltación militarista y facistoide de la figura del tristemente célebre general Custer que, en realidad, no era sino un exacerbado film romántico en donde se señalaba al gobierno de Estados Unidos como responsable de no cumplir las promesas hechas a los indios y Custer (Errol Flynn) --- con diversos trazos coincidentes con el auténtico personaje --- como víctima del destino. Seguramente esta parte de la crítica y sus seguidores de la “pseudo progresía” ignoraban, por supuesto, que el guionista de la película era Aeneas MacKenzie, de convicciones izquierdistas y apuntado a la “lista negra” en la “Caza de brujas”durante el triste período del senador Joseph McArthy.
Walsh llevó siempre dentro de sí el sentido de la aventura. Nació en Nueva York (1887), de ascendencia irlandesa y española, la prematura muerte de su madre le impulsó a buscar aventuras a los 15 años (su padre había ganado algún dinero en el ramo de la sastrería), viajó por diversos países, se convirtió en experto jinete y entró en el cine comenzando desde abajo (como todos los grandes). Conoció a escritores como Mark Twain y Jack London, al sheriff Wyatt Earp, a Buffalo Bill, tenía amistad con jefes de tribus indias (como John Ford) y, entre otros, al boxeador Jim Corbett (a quien dedicaría un magnífico biopic en “Gentleman Jim”, con Errol Flynn, 1942). Empezó de actor --- interpretó al asesino de Abraham Lincoln en la famosa “El nacimiento de una nación”, de David Wark Griffith, 1915, para después conocer al hermano de su personaje en la vida real --- recordando que su primer largometraje fue “Life of Villa”, codirigida por William Christy Cabane en 1912, donde, aparte de corealizador, fue el autor del guión, argumento e intérprete de un joven Pancho Villa. Buscando exteriores para rodar “The Old Arizona” (“En el viejo Arizona”, 1929) sufrió un accidente de automóvil (al esquivar un conejo que se cruzó en la carretera) que le costó la pérdida de un ojo.
Sus películas más famosas en el período mudo (muchas se han perdido) fueron la ejemplar “El ladrón de Bagdad” (1924), con Douglas Fairbanks y “La frágil voluntad” (1928), con Lionel Barrymore y Swanson. La seca y realista “The Big Trail” (“La gran jornada”, 1930) es el primer film sonoro cuando el western aún no tenía cartas acreditativas. Se daba a conocer a un joven llamado John Wayne y destacaba el paso de caravanas por las altas montañas.
El bloque constitutivo de sus WESTERNS, género que más tocó, destila vibración, ritmo, agitación y humor (esto nunca falta en algún momento), todo ello mezclado con épica y el sentido aventurero es trepidante, p. e. “Tambores lejanos” que es un western, tiene el mismo argumento que “Objetivo Birmania”, cinta bélica: la fisicidad de los pantanos, mosquitos, caimanes, bosques tan brillantes como amenazantes además de toda clase de peligros haciendo, todo ello con un nuclear espíritu aventurero, un espectáculo apasionante; y estas virtudes están tanto en sus mejores westerns (“Juntos hasta la muerte”, sencillamente una obra maestra, “Los implacables, “Tambores lejanos”), en sus más rutinarios (“La rubia y el sheriff”), medianos (“Fiebre en la sangre”, “Cheyenne”), originales (“Río de plata”) o notables (“Historia de un condenado”). Si “La gran jornada” fue su primer western sonoro, “A Distant Trumpet” (“Una trompeta lejana”, 1964) fue el último y su obra póstuma. Aquí hay una defensa más visible de la causa india aunque ni Ford (“El gran combate”), ni Walsh no tenían ninguna necesidad de su enfoque más visceral. Sus simpatías estaban siempre del mismo lado aunque filmasen desde el punto de vista del otro. A partir de “Una trompeta lejana” las compañías aseguradoras se negaron a dar soporte a sus trabajos por su constante riesgo en rodar. Dedicó sus últimos años en escribir una novela, “La ira de los justos”, y una autobiografía demostrando tener dotes de escritor.
Al tiempo que entraba en nómina en Warner Bros filmaba su primera película perteneciente al CINE NEGRO: “The Roaring Twenties” --- estrenada en España directamente en Vídeo y DVD como “Los violentos años veinte” --- con James Cagney  y Humphrey Bogart en tiempos de la “Ley Seca” y que, como a otras muchas personas, la miseria ha llevado a Eddie Bartlett (Cagney) a la delincuencia. Después filmó en dos ocasiones con Humphrey Bogart: “Pasión ciega”, drama de camioneros con ribetes de “Film Noir” (como puede ser “Deseos humanos”, de Fritz Lang) y “El último refugio” con guión de W. R. Burnett (sobre su propia novela “High Sierra”/”Alta Sierra”) y del realizador John Huston, inspirados en el famoso proscrito Dillinger (la misma historia en clave de western es la ya citada “Juntos hasta la muerte”). “Al rojo vivo” (1949), con otra gran interpretación de James Cagney, es un referente a los gangsters de la postguerra mientras que “Sin conciencia” (1951) --- no firmó pero si filmó él (figura con Bretaigne Windust como co-realizadores) --- se centra en el crimen organizado. Traiciones, mujeres fatales, delincuencia (voluntaria o forzada), sádicos, sacrificios, épica …
Siempre se ha señalado “Objetivo Birmania” como su mejor film BÉLICO, en cambio yo tengo más debilidad (aunque el cine bélico no me interese mucho) por “The Naked and the Dead” (“Los desnudos y los muertos”, 1958), según la novela de Norman Mailer, film atípico, más seco y austero que el resto. Hay algunos films bélicos menores (por encima de ellos destacaría ”Más allá de las lágrimas”).
Si por antonomasia sus películas son aventureras, sus cintas de AVENTURAS propiamente dichos se centran en cuatro marinas: “El hidalgo de los mares” (genial), “El mundo en sus manos” (obra maestra, sencillamente), “Los gavilanes del estrecho” (estimulante) y “El pirata Barbanegra” (interesante).

Raoul Walsh falleció el último día de 1980 a los 93 años. Con él se iba un cine que ya no se hace.

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