martes, 10 de diciembre de 2013

ALEJANDROMANIA (I)


En 2005 escribí esta pequeña reseña, para un semanario de la Costa Brava, en dos partes después del estreno de “Alexander” (“Alejandro Magno”, 2004). Hemos de agradecer a “Gladiator”, de Ridley Scott (2000) --- con sus virtudes y defectos --- el retorno de los films sobre la Antigüedad y así, tras el estreno de la mediocre “Troya” (Wolf Petersen, 2004), eclosionó la figura de Alejandro II de Macedonia, llamado “El Grande” o “Magno”, unificador del mundo helénico, vencedor del Imperio Persa y otros pueblos además de efectuar una aproximación sociocultural entre Oriente y Occidente.
Se han reeditado antiguos estudios, biografías, historias, leyendas y un buen número de novelas históricas y reportajes en todas las revistas de historia. Oliver Stone estrenó su película mientras había otra en proyecto de Baz Luhrman con Leonardo DiCaprio y Nicole Kidman que no llegó a cuajar. Y yo pregunto: ¿porqué Alejandro, porqué el cine ha ignorado al siglo V a. C. griego con su esplendor cultural y personalidades como Pericles, Alcíbiades y muchos más, y la guerra del Peloponeso? La respuesta es obvia: unos personajes, unas situaciones se recuerdan; otros no (aunque puedan ser igual o más importantes) y por tanto no son rentables a priori para un cine o literatura sostenidos por una industria. Dejando aparte este punto, suficientemente amplio para un análisis serio, antes de visionar el “Alejandro Magno” de Stone revisé “Alexander, the Great” (“Alejandro Magno”), escrita, dirigida y producida por Robert Rossen para United Artists (1955) y protagonizada por Richard Burton (Alejandro), Fredric March (Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro) y Danielle Darrieux (Olympias, madre de Alejandro). El film de Rossen puede considerarse el más fidedigno y me parece un “Peplum” bastante aceptable a pesar de las frías y negativas críticas recibidas en el estreno de la película. Como ha sucedido otras veces se le reconocieron valores tiempo después. En ocasiones es lírico, con una fuerza psicológica inusual en films del género, austero y breve en la resolución de escenas y, además, la cinta avanza sin mucha fluidez narrativa --- al menos en apariencia --- resultando lenta en ocasiones (cfr. los diálogos monocordes de Alejandro/Richard Burton, por otra parte su interpretación me parece notable) pero en compensación vemos un trabajo inteligente y personal de Robert Rossen el cual consigue un eficaz documento casi realista de la historia. La base son “Las vidas…” del inevitable Plutarco del cual se sirve el realizador para componer el cuadro de un Alejandro siempre valiente y a veces neurótico a causa de un complejo edípico, unas veces cruel, otras misericordioso, a veces dictatorial, a veces tolerante, en ocasiones grosero, en otras refinado (era un hombre culto, no en vano fue Aristóteles su preceptor), con una madre ambiciosa y dominante, un padre borracho y salvaje… en definitiva no muy alejado del Alejandro real.
La estructura del film orbita alrededor de las tres más importantes batallas: 1) Queronea, contra una coalición de estados griegos y en donde salva la vida a su padre con el cual se llevaba pesimamente, 2) Gránico, derrotando a Memnon (excelente Peter Cushing en una de sus primeras interpretaciones) y Gaugamela, sitio en el cual vence al emperador persa Darío, obra maestra de estrategia militar como Cannas lo será para Aníbal o Alesia para Julio César. Su gran enemigo será asesinado por algunos de sus oficiales lo cual despertará la cólera de Alejandro (al igual que César al ser asesinado Pompeyo) quien ordena la ejecución de los asesinos para casarse después con la hija de Darío. Es curiosa la escena sobre la noche anterior a la batalla de Gaugamela, basada en una noche exactamente igual a la del “Enrique V” shakesperiano (lamentable es que Shakespeare no escribiera un drama o una tragedia sobre Alejandro Magno). El film se rodó en España.
Por su parte Oliver Stone utiliza la bisexualidad de Alejandro (totalmente cierta según las fuentes históricas) como uno de sus ejes vertebradores de la obra, cosa que despertó la indignación de algunos. El realizador se quejó del  bajo nivel cultural de muchos en su país. Totalmente de acuerdo pero si viniera aquí comprobaría la dura competencia y en mucha parte gracias a determinados políticos que, desde hace tiempo, han convertido la enseñanza en un fábrica de analfabetos. Es normal en estos tiempos pero los mentados grupos saben igual de historia griega o en general que un pollino de literatura. Otro punto escabroso --- no tocado por ninguna de las dos versiones --- es el referente a la práctica, según algunas fuentes, de la zoofilia por parte de Alejandro.
Dejando aparte todo esto, la película de Stone en ocasiones es farragosa, abusa de los defectos “de ordenador” en las batallas, del ralentí, de los cursis colorines, utiliza el flash- back en el asesinato de Filipo II rompiendo el ritmo de la narración; al revés de la versión de Rossen, integrada en línea continua en la exposición fílmica. Otro punto no cuidado (o a lo mejor la verosimilitud nos les importa a los responsables de la película) es la interpretación de Angeline Jolie como Olympias cuando en la vida real solo tiene un año más que Colin Farrell (Alejandro), este correcto en su rol y esto se nota. Por el contrario hay momentos excelentes los cuales levantan el interés en la balanza de aciertos/desaciertos (aquellos picados en las estrepitosas batallas y las subidas de tono y sonido también han de figurar en la parte negativa).
Me parece satisfactoria la interpretación de Anthony Hopkins (algo no conseguido con su Van Helsing en el “Drácula” coppoliano, al igual que Gary Oldman con aproximaciones e interpretaciones más que discutibles para sus personajes) como Ptolomeo I “Soter” (Salvador), el narrador de la historia. Ptolomeo, quizás el más sensato de los “diádocos” (generales de Alejandro) se quedó como faraón de Egipto, conquistada por Alejandro a los persas (su descendiente más famoso es la reina Cleopatra VII, indefectiblemente unida a Julio César y a Marco –Antonio).
Verdaderamente agradecí en su momento la resurrección del “Peplum”, género popular y muy querido por muchos a pesar de los defectos del cine actual bien visibles en el film de Stone. También se había anunciado un proyecto sobre la excelente novela histórica  “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenaur donde el papel de emperador había de recaer sobre Antonio Banderas (totalmente inadecuado). Al final se quedó en agua de borrajas, quizás afortunadamente…
                                                                                                            Narcís Ribot i Trafí


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