martes, 5 de agosto de 2014

SCHUBERTIADAS



“Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción”. (Franz Schubert)
Los olores, los perfumes, los colores se corresponden”. (Charles Baudelaire)
                   Se da el nombre de “Schubertiadas” a unas reuniones de intelectuales y artistas organizadas por los amigos del gran músico Franz Peter Schubert (Viena, 1797- Viena, 1828). El lugar de los encuentros eran las tabernas y las casas particulares y fuera de los salones y etiqueta nobiliaria. Allí se comía, bebía, charlaba y se hacía música. Muchas veces escuchaban a Schubert al piano y al cantante Johan Michael Vogl interpretando los lieder del músico vienés. Más adelante los temas derivaron hacia el arte y las letras en general: pintura, poesía, filosofía. Los amigos de Schubert fueron músicos, pintores, escritores, poetas. Diversas “Schubertiadas” se tradujeron en composición de obras maestras del autor.
Franz Schubert murió muy joven: 31 años. Más que Wolfgang Amadeus Mozart (1756- 1791): 35 años. A pesar de ello se encuentra entre los músicos más prolíficos aunque también esté en la lista de los que más obras inacabadas han dejado, unas 120 entre las cuales está la sinfonía 8 (“Inconclusa”) y el ciclo de lieder Viaje de Invierno”.
Años después de su muerte unos sesudos musicólogos intentaron acabarlas. Inútil. Total similitud con aquellos escultores quienes querían colocar brazos a la Venus de Milo sin enterarse que la Venus jamás tuvo brazos. Los otros, por más buena voluntad que tuvieran, tampoco sabían lo dicho y escrito por Schubert o al menos no lo tenían en cuanta al aplicarse a su trabajo: “Mis creaciones provienen del doble conocimiento de la música y de mi dolor”. Así, en contra de lo sugerido por su aspecto alegre, el vienés era un hombre atormentado a causa de las privaciones económicas, peticiones de trabajo musical desatendidas o denegadas, escaso reconocimiento de la obra durante su vida, sus amores no correspondidos… Pero también estas adversidades colaboraron en mucho dentro de su persona para darnos una de las obras más bellas de la historia de la música.
Schubert fue hijo del estilo musical llamado “clásico” aunque nuestro hombre naciera cuando su principal exponente, Mozart, había ya fallecido pero todos los profesores de Schubert pertenecían al “clasicismo”. El movimiento musical llamado “clásico” fijaba definitivamente su tonalidad como base del lenguaje musical: unas agrupaciones sonoras (acordes) dentro de una tonalidad proporcionaban una sensación de reposo y otras una estabilidad (hasta el punto que en esta época se creó una forma musical que solo funcionaba dentro de un sistema tonal: la sonata).
Franz Schubert adaptó su estilo a la normativa musical del momento a la cual dio una brillante originalidad forjada, sobre todo, en el uso de la modulación --- cambios de tonalidad --- y en la repetición. No fue un maestro del contrapunto como Juan Sebastian Bach ni un ingeniero del desarrollo  como Ludwig van Beethoven; de hecho empezó a estudiar contrapunto el último año de su vida (1828) y no sabe desarrollar en totalidad sino “pasear”. La forma corta es en donde Schubert se encuentra más cómodo, también la rápida (música  apuntando siempre “en directo”, o sea tiempo real) donde se notaban las sensaciones y sentimientos del compositor. Y precisamente es esta sensación la que se refleja en sus grandes obras  que dejó inacabadas, o sea renunciando a terminar como si finalizar significara “matarlas”. El motor esencial en su música, la fuerza principal que coloca a Franz Schubert en el panteón de los inmortales es la MELODÍA y su natural facilidad en encontrarla.
Si miramos la obra instrumental del autor vemos que sus temas podrían ser perfectamente “contados” si se sostuvieran con un texto de la misma manera que muchas de sus canciones son transformadas  en temas de música instrumental. También fue Schubert introductor de una nueva fórmula de melodía de extrema sencillez (aquí radica su genialidad) en contraposición a las canciones rococó  circulantes en su tiempo y en el estilo de las cuales la ornamentación era esencial, incluso el texto se volvía incomprensible en medio de tanta floritura. El origen de la pomposidad decorativa --- muchas veces gratuita --- se encuentra en la música instrumental: escasa duración de los sonidos en clave o clavicordio del siglo XVIII. La única manera de prolongar el sonido del instrumento era el de la ornamentación a base de trinos, grupos, etc. Antes que Schubert fue Beethoven quien renunció, desde sus primeras obras, al estilo rococó; su piano tenía mayores posibilidades sonoras que los instrumentos de teclado dieciochescos y, por tanto, no necesitaba artificialmente los sonidos. Si Beethoven fue el arquitecto impecable en el desarrollo y evolución de las formas musicales, Schubert fue el creador más grande de la invención melódica y por ello no resulta nada extraño  que fuera él quien diera carta de nobleza al “lied” (término alemán  que significa “canción”, su plural es “lieder”), llegando a componer más de 600, algunos de ellos de literatos de primer orden como Schiller o Goethe, otros de poetas aficionados amigos suyos cuyo texto podía ser espantoso pero Schubert tenía el don de divinizarlos al transmutar un texto horrendo en música celestial…

                                                                                            Narcís Ribot i Trafí 

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