“Revisar
el cine de John Ford es enfrentarse a un legado vivo y vibrante, incontaminado
por el paso del tiempo, no a una herencia nostálgica”.(Quim Casas, 1)
Se preguntaba
Miguel Marías (2), ahora que el cine está en crisis (al igual que los valores
positivos o la cultura) en porqué actualmente hay bastante unanimidad en
aceptar (y venerar, según como) la obra de John Ford (1894- 1973) cuando, hace
tiempo, algunos o varios (comandados por una crítica la mayoría de veces
esclava de su ideología política y cuya ineptitud está demostrada totalmente)
habían menospreciado una carrera de casi medio siglo de existencia. Que esta
alabanza más cercana a la unanimidad, hoy en día, sea justa, está fuera de toda
duda. Es uno de los más grandes, el más grande para mi y otros pero también su
obra ha caído en lo llamado “políticamente correcto”, tan de moda hoy en día.
Que algunos le alaben sin conocerle o sin entender (le) es también cierto.
Siempre han existido los seguidores acríticos de algún peso dentro de la
sociedad que pronuncia una frase, una sentencia y se da por hecho: se recoge,
se archiva y luego se cita. Pero este “destacado” miembro no acostumbra a ser
un pensador, un filósofo, un intelectual de hecho (no señalado por un partido
político) sino un futbolista, un(a) cantante de moda, algún conocido negociante
de las finanzas (siempre y cuando lleve el disfraz “progresista”) o algún
politicastro. Que la vamos a hacer; es el pan de cada día. Por un lado John
Ford fue un REALIZADOR, no solamente de westerns (solo una parte de su
filmografía) aunque diera carta de nobleza al género con “Stagecoach” (“La
diligencia”, 1939), anteriormente profetizada con la muda “The
Iron Horse” (“El caballo de hierro”) aguantando
las imposiciones del estudio con la idea de crear una superproducción en contra
de lo deseado por el realizador. Era un narrador universal, podía manifestar el
hombre que era en cualquier lugar y situación aunque sacara mejor partido a
determinadas condiciones. Las baladas, la leyenda encubridora de la verdad, la
pipa, los puros, el alcohol, Monument Valley, la amistad, la solidaridad, la
familia, la religión, su innata espontaneidad en filmar, la épica cuando era
necesaria, la lírica por un igual, las costumbres, las fiestas, el folklore, la
composición pictórica de sus encuadres solo igualados por otros grandes como
Fritz Lang, Howard Hawks, Raoul Walsh, Anthony Mann, King Vidor, etc.; también
igual que la corporeidad de sus tomas hacia personas, objetos y sus paisajes geológicamente
impactantes eran sus temas y características de su cine. No importaba que la
película fuera muda o sonora, en blanco/negro o color; era de Ford. Su estilo
será imitado/homenajeado de forma estéril (Burt Kennedy), en ocasiones por
algún colaborador suyo que intenta lo imposible. Hace años, mi amigo el
dibujante Alfons Figueras, gran fordiano, me comentaba que solo Ford podía
filmar un plato de lentejas y “divinizarlas” de tal manera que uno le entrara
ganas de comérselas, igualmente al freírse un bistec o unos huevos se nota la
fisicidad, se están “friendo” de verdad.
Por otro lado
Ford, siempre desconcertante, será el primero en hacer su protagonista a un
impresentable racista como el Ethan Edwards (John Wayne) de “The
Seachers” (“Centauros del desierto”, 1956), el que una mujer rompa los
esquemas de una rígida comunidad misionera en la China de 1935: agnóstica,
bebedora, fumadora la cual usa pantalones y escandaliza a la directora pero
será ella precisamente quien de la vida para salvar a sus compañeras (“Seven
Women”/”Siete mujeres”, 1965), dando una gran lección de humanidad y
cristianismo auténticos . El tema del racismo en el ejército yanqui en “Sargeant
Rutledge” (“El sargento negro”, 1960), donde el protagonista es un soldado
de color acusado injustamente de violar y asesinar a una muchacha blanca, la
evidencia en que quedan sus jueces (militares blancos donde solo su amigo y
abogado --- al final logrará demostrar su inocencia y descubrir al asesino ---
cree en él). “¿No te acuerdas de aquel reloj de pared que robaste en Atlanta mientras
tus hombres saqueaban la ciudad?”, le dice su esposa al coronel que ejerce de juez… “Vamos
a deliberar”, exclaman los miembros del jurado, desalojan la sala
(abogado incluido) e inmediatamente aparecen unas botellas de whisky y una
baraja de cartas empezando a jugar, beber y fumar…
El mostrará el
choque de dos civilizaciones (blancos- indios) y sus simpatías (siguiendo lo
mostrado en su obra y en declaraciones suyas) estaban del lado de los pieles
rojas y ello sin haber de recurrir a una de sus últimas obras maestra, “Cheyenne
Autumn” (“El gran combate”, 1964), aunque sus protagonistas sean blancos.
Tenía buena amistad con algunas tribus indias, como los navajos, era recibido
con honores y le llamaban Natani Nez (“Hombre Alto”) y a ellos
les cedía parte de las ganancias de sus películas filmadas en la reserva india.
Aprovechando su posición en los sindicatos de Hollywood defendió a diversas
personas acusadas de actividades antiamericanas en la persecución del senador
Joseph McCarthy en la “caza de brujas”. Cuando años después las cosas cambiaron
algunos atacantes de su obra y su persona en el pasado se convirtieron en
defensores incluso se llegó a la cima del absurdo cuando alguno intentó aplicar
el método de análisis marxista a su obra… Delante la eterna y manipuladora
pregunta “¿Usted es de derechas o de izquierdas?” Respuesta: “Yo
era miembro de una familia de inmigrantes irlandeses con 13 hermanos delante de
mí, a veces en la mesa no me llegaba el pan ¿De que quiere que sea?”
Era intelectualmente honesto y muy culto (cosa que disimulaba muy bien), no
pertenecía a ningún partido político y de esta manera plasmaba en las películas
su manera de pensar.
En sus films las
personas hablan de forma directa y limpia: tratamiento de impacto impresionista
del paisaje (como indica Antonio Giménez- Rico) en donde las personas solo
hablan cuando tienen algo que decir mirando siempre desde la altura de los ojos
de quien los ve y la cámara moviéndose solo cuando hay algún motivo; “el humor
de su mirada”, de su punto de vista más que de la propia situación recreada o
mostrada, ligando todo ello a su talento documentalista el cual hace
evolucionar la narración fílmica en aspecto puramente testimoniales de los
personajes en sus vidas con escenas que en muchas ocasiones no hacen avanzar la
historia al momento pero nunca son innecesarias. Busca la vertiente
humorística, dramática, absurda o terrible y todo ello de manera totalmente
natural porqué era un inconmensurable artista pero él no se lo creía y nunca
pretendió demostrarlo.
Los planos
descriptivos señalan/demuestran en Ford su interés por el ser humano, cuando le
interesa situarnos en un determinado espacio siempre lo hace mediante la
presencia humana, no hay un plano sin movimiento. Solo un humanista como Ford
podía hacerlo de esta manera... Viendo como son alabados, protegidos y
subvencionados algunos realizadores del cine (¿) actual la obra de Ford y otros
grandes nos señala en silencio que hubo un arte llamado cine…
Narcís Ribot i Trafí
1)- “John
Ford, el arte y la leyenda”. Quim Casas. Barcelona, 1990
2)- “Nickel
Odeón”. Revista trimestral de cine dedicada a John Ford (diversos
autores), primavera de 2002, editada por José Luis Garci (Madrid)
El Cine (en majúscules) s'hauria d'escriure amb F de Ford
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