-1) “THE FALL OF THE ROMAN EMPIRE” (“LA CAIDA
DEL IMPERIO ROMANO”), DE ANTHONY MANN (1963) -
2) -“GLADIATOR” (“GLADIATOR”), DE RIDLEY SCOTT
(2000) –
O
- LA HISTORIA DEL
EMPERADOR CÓMODO EN EL CINE-
La idea de este
escrito surgió en una cena a partir de una conversación entre hermanos y amigos
sobre los títulos arriba mencionados y cual es mejor, el antiguo o el moderno
(ahora quizás ya no tan moderno). La misma historia filmada en 1963 y en el 2000. Se trata de dos “péplum”
o sea de dos películas de “romanos”, aunque posteriormente la denominación se
extendió a toda película (seguramente sea la comodidad y el archivo los
elemento más importante para esta designación) sobre la Antigüedad, trate de
romanos, griegos, egipcios, babilonios, israelitas, hititas, asirios, galos,
hispanos, germánicos, británicos, etc. (incluso he oído denominar “péplum”
a un film como “Las Cruzadas”, el cual acontece en la Edad Media).
Centrándonos en el cine actual podríamos decir que gran
parte de él es impersonal. Los realizadores, hablando en términos generales, no
tienen estilo propio, son amanuenses al servicio del productor (en muchas
ocasiones el cine es un negocio más y nada saben de “arte” y lo que esta
palabra significa, o sea, son comerciantes) y rodarán con más o menos eficacia
lo deseado por quien pone el dinero. En el campo técnico los directores de cine
adoptarán los vicios de una forma que ha desembocado en un círculo degenerativo
o callejón sin salida (muy difícil de evadirse de él) aparte de adaptar/adoptar
las costumbres/estilizaciones propias del lenguaje televisivo. Así, el
resultado de todo ello será los planos atropellados, gratuidad en abundancia,
escenas prescindibles, a veces exceso de montaje entrecortado, uso abusivo del
zoom, del gran angular, del “ojo de pez” e incluso de los picados,
contrapicados y planos cenitales (elementos usados en contadas ocasiones y con
“sabiduría cinematográfica” por los llamados “clásicos”, tanto primeras figuras
como por los “artesanos”), la búsqueda de la acción continua y espectacularidad,
violencia también gratuita, exacerbación del sexo, la falta de reflexión, la
poca imaginación de unos guiones (muchas veces beben en las fuentes del cine
antiguo y otras son pálidos “remakes” sin otra intención que la de ganar
dinero). Es, hablando en general, repito, un cine sin carne, sin sangre, sin
alma y con una apabullante, defectuosa e
inadecuada semántica cinematográfica la cual a muchos nos importa y a otros el
lenguaje del cine les trae sin cuidado, se tragan todo con tal que responda a
sus gustos, para ellos el cine es diversión y su función es la de un pasatiempo.
Resultado: por más que algunas películas americanas, sobretodo, tengan éxito en
taquilla (debidamente “preparadas”) y haya algún acierto artístico, existe
desde hace tiempo una gran deserción de las salas cinematográficas.
También existe el hecho de discutir, en el buen sentido
de la palabra, de hacer propaganda, de fomentar también un cine con intenciones
“políticas” (en España sabemos de esto, especialmente en los últimos años con subvenciones
y prebendas al grupito repartidor del pastel mientras otros circulaban por la
triste senda del paro o de buscar otros campos fuera del cine). De ello ---
pocas veces se ha sacado el tema a colación --- la historia nos demuestra que
las obras maestras quedan para siempre, al igual que las sobresalientes o
notables, incluso las aprobadas pero las malas desaparecían mientras que ahora
se discute y protege a films intragables a los cuales se les intenta hacer
perdurar, aquí, p. e. se esfuerza en colocar dentro del acervo cultural ---
popular y/o elitista, da igual --- al cine de Almodóvar o Amenábar y, en menor
grado quizás, el de Santiago Segura.
No es este el caso de Ridley Scott, su “Gladiator”
pese a los momentos que cede a estos defectos del cine actual tienen otros
bastante conseguidos.
I)- SOBRE ANTHONY MANN
“La carrera de Mann sigue una progresión clara hacia
la pureza y la simplificación” (Jeanine Basinger)
Emil Anton Bundmann (1906- 1967), conocido
cinematográficamente como Anthony Mann, era hijo de emigrantes alemanes de
origen judío, profesores de filosofía. Mostraba ya de pequeño aptitudes y
vocación para el teatro. La familia de Anthony Mann residía finalmente en Nueva
York y cuando falleció su padre coincidió con la entrada en el medio que tanto
le gustaba, después de algún trabajo temporal, desempeñando todas las tareas
propias del teatro: diseñador en decoración, director de escenas, ayudante de
producción, actor, etc. Más adelante descubrió que su vocación principal era
dirigir. Ya hablamos (en el ciclo de Westerns de Anthony Mann con James
Stewart) de su entrada en el cine de la mano de David O’Selznick como ayudante
de cámara, montaje y “cazatalentos” hasta la disolución de Selznick
International Pictures en 1941para un año después dirigir sus dos primeros
films: “Dr. Broadway” (Paramount) y “Moonlight
in Havana” (Universal). Su debut, “Dr. Broadway”, un
serie “B” como todos los de su década inicial (42-49) lo acabó como pudo (en
escenarios naturales o de otros platós), reduciendo el rodaje más de lo
previsto --- algo terrible para un director sin experiencia --- y bajo la
amenaza que su plató debía ser utilizado por el ya consagrado Cecil B.
DeMille a la mañana siguiente.
Desde sus inicios hasta 1949 (siete años) realizó una
veintena de películas de serie B, lo cual resultó muy provechoso para su
aprendizaje --- algunas en deplorables condiciones según declaró --- tocando el
musical y, sobretodo, el cine negro en el cual nos dio una serie de obras,
olvidadas durante tiempo, las cuales han conocido la resurrección gracias a la
reivindicación del director y al invento del Vídeo y del DVD. Mann dio en la
década de los 50 una serie de magistrales westerns debidos a su tenacidad y
estilo propio y por ello fue reconocido, aunque tarde, como creador a pesar que
su primer western, “La puerta del diablo” (1950), con Robert
Taylor, no obtuviera una buena respuesta en taquilla. En total once westerns de
los cuales cinco fueron protagonizados por James Stewart.
Hablamos ya de su estilo nítido y pragmático sin aditivos,
barroquismos ni artificios inútiles, no a lo superfluo, si a la cuidada
composición del plano, presente ya en su etapa de aprendizaje (aunque no
desarrollada en su totalidad y no por falta de ganas) donde brotaba una
planificación original y conseguida (en ocasiones, especialmente durante las
escenas de acción) coexistiendo con un resto en el cual había secuencias
rutinarias y propias del cine B. El cambio (lógico) evolutivo de la
cinematografía (blanco/negro- color, sistemas de filmación, p. e.) no modificó
el método de rodaje y el estilo de Mann. Para Mann lo más importante son las
imágenes, dando siempre gran preponderancia al movimiento, la colocación de la
cámara y el montaje para exponer la mayor oferta del contenido planificativo en
función del significado sobre la historia a narrar mientras los diálogos, sin
negar su valor, tenían una función complementaria dentro del haz de estos
elementos citados. Así, la semántica en el cine de Mann se produce por la
contención a través de la composición. Al empezar en la serie B se preocupó
siempre de reforzar la historia llevada entre manos mediante la profundidad y
elegir una narrativa más sencilla, trabajando siempre en los guiones (muchos de
los de serie B eran infumables, teniendo que cargar además con actores que
“recitaban” a duras penas sus diálogos) para resultar, a través de la cámara,
un relato fílmico más sencillamente asequible al espectador. Este procedimiento
--- transmutado en gran valor
cinematográfico --- le acompañó durante toda su vida profesional, incluso ya
reconocido como gran realizador con más libertad de acción sobre guiones,
actores y rodaje.
Siguiendo a Jeanine Basinger (1) veremos como la carrera
profesional de Mann se divide en cuatro partes: I) Inicios, II) Cine Negro, III) Westerns y IV)
Épico. En los puntos I y II anuncia lo que vendrá a continuación: sus grandes
obras y su reconocimiento como uno de los grandes --- recordemos que entre sus
magníficos westerns tiene una película bélica, sobre la guerra de Corea, “Men
in War” (“Los diablos de la colina de acero”, 1957), para
mí de lo mejor del género que, lejos de ser una más de héroes victoriosos, es
una reflexión sobre la supervivencia y lo absurdo de la guerra --- y el IV,
épica, para muchos es el de la decadencia pero en absoluto sobre sus cualidades
de realizador. Al fallar algún film en taquilla y tras la frustración de “Espartaco”
(1960) viajó a España (recordemos que de 1958 a 1963 estuvo casado con Sara
Montiel) para rodar dos películas para el productor independiente Samuel
Bronston (Moldavia, 1909- 1990): “El Cid” (“El Cid”,
1961) y “The Fall of the Roman Empire” (“La
caída del Imperio Romano”, 1963).
-PUNTO Y APARTE PRIMERO CON SAMUEL BRONSTON- Había nacido en Moldavia, trabajó en la M.
G. M. y Columbia para crear en 1943 su propia productora “Samuel Bronston
Productions” y establecerse, más adelante, en España. Aprovechó los bajos
costes de producción del momento y la relación dólar- peseta además del buen
clima y paisaje variado con pocos gastos de desplazamientos (en 1959 había
adquirido los estudios Chamartín). Recibió siempre ayuda de las autoridades española
y se propuso hacer un tipo de films solemnes, espectaculares y de larga
duración (los kolosal) pero desgraciadamente se acabó con el gran
fracaso económico de “La caída del Imperio Romano” aunque realizó
una producción más: “El fabuloso mundo del circo” (1964) cuya
realización confió a Henry Hathaway.
Bronston siempre fue acusado de interferir en los rodajes
además de enfrentarse a los realizadores por él asignados a quienes intentaba
imponer sus ideas megalómanas. Se señaló
como responsable de la retirada del gran director Nicholas Ray (“Johnny
Guitar”, “Rebelde sin causa”) de su vida profesional, de
no pagarle lo pactado (esto nunca se demostró), especialmente en su último film
para él (2). Con sus defectos las películas producidas por Bronston siempre han
tenido interés cinematográfico gracias a los realizadores y actores viajantes
desde Estados Unidos (muchos técnicos eran españoles). Hace años revisé “El
Cid” y considero que su puesta en escena está entre lo mejor de Mann y
hace poco vi “El fabuloso mundo del circo”, donde la realización
de Hathaway es notable y la historia se
sigue con interés. “La caída del Imperio Romano” no está tan
redondamente conjuntada como “El Cid” pero contiene momentos
antológicos. Sin embargo los fallos del guión demasiado alargado (especialmente
en la mitad de la cinta) la hacen irregular aunque su valoración ha subido en
mucho con el paso del tiempo. El error más grande, repito, no se refiere a la
artística cinematográfica sino a la industria fílmica: fracasó en taquilla,
cosa bastante difícil de dilucidar, y ni siquiera cubrió gastos en el
principio.
PUNTO Y APARTE SEGUNDO: “LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO”- Totalmente de acuerdo con Barahona (3) y
Comas (4) en que el film tiene valores y también defectos y de la misma forma
que “Cleopatra” (1963), de Joseph L. Mankievicz recibió tal
batacazo en taquilla que arruinó a la 20th Fox (después se recuperó
lentamente), “La caída del Imperio Romano” hundió a la empresa
Bronston aunque realizara una película más, “El fabuloso mundo del circo”.
Es posible que el público se hubiese cansado de cintas de “romanos”, la
publicidad fue buena y sin embargo… Recordemos que su guión es bastante
irregular con altibajos en sus 180 minutos de duración. Solo cuando estuvo bajo
contrato en Bronston --- el díptico “El Cid” y La caída del
Imperio Romano” --- no pudo Anthony Mann acceder a los libretos y
compenetrarse con los guionistas. La idea de “La caída del
Imperio Romano” procedía del propio Mann al ver en una biblioteca un
libro del reputado historiador británico Edward Gibbon (1737- 1794), autor de
los seis volúmenes de “The History of the Declive and Fall
of the Roman Empire”. En realidad con el reinado de Cómodo (180- 192)
no cayó el Imperio (duró aún casi doscientos años más) pero si es el inicio de
la decadencia como lo fue para Samuel Bronston y su empresa. El guión fue
redactado por el “blacklisted” (estaba en las “listas negras” del
senador Joseph McCarthy) Philip Yordan junto con Ben Barzman y Basilio
Franchina. Yordan se había encontrado ya con Antonhy Mann, junto con otros
cinco guionistas, en el anterior Bronston (“El Cid”), en “The
Last Frontier”, “El hombre de Laramie” (westerns) , “La
colina de los diablos de acero” (bélica) y “God’s
Little Acre” (drama, 1957). Fue un excelente libretitsta aunque no se
sepa con exactitud el grado de interferencia de Bronston en la película.
También se señala la fotografía de Robert Krasker y John Moore como
voluntariamente sombría en algunos momentos, especialmente en las secuencias de
Germania (las escenas nocturnas son ya “tenebrosas”) mientras la música de
Dimitri Tiomkin es similar a una marcha fúnebre. No se sabe el grado de
intervención de Samuel Bronston en los elementos del film pero en verdad acertó
en la conjunción final en algunos puntos y en otros falló. El elenco
interpretativo es elevado aunque no pudieron contar con Charlton Heston como el
ficticio general Livio. Algunas crónicas aseguran que el actor no deseaba ser
identificado --- excelente en “El Cid” --- como protagonista en
films de “romanos” y otras de no tener buena relación `profesional con Sophia
Loren (doña Jimena de Gormaz en “El Cid”, Lucilla en “La
caída del Imperio Romano”). Stephen Boyd, el Mesala de “Ben-
Hur”, substituyó a Heston sin la química necesaria. Actor eficiente
para algunos prototipos pero inadecuado para el film en cuestión, aparte de
muchas escenas donde faltaba su presencia. El resto del reparto brilla a la
altura deseada: James Mason como Timónides con sus inolvidables frases
filosóficas recitativas las cuales rivalizan con las del emperador Marco-
Aurelio (magnífico Alec Guinness), padre de Cómodo, interpretado con soltura
por Christopher Plummer.
“Una gran civilización no es conquistada hasta que no se
ha destruido ella misma por dentro”. Esta frase del historiador Will Durant, asesor técnico
del film (el mismo cargo desempeñado, al menos en teoría, por el egregio don José
María Pemán en “El Cid”),
puede servir para dilucidar lo que Bronston y su equipo ofrecen en la película:
el fin, o principio de la decadencia, de la supremacía y civilización romana a
partir del terrible y sangriento reinado de Lucio Aurelio Cómodo Antonino
(180-192). De ahí la función simbólica de la música y fotografía viradas en una
tonalidad lúgubre y triste, recordando que la lectura del film no se
circunscribe solamente al Imperio Romano, está vigente y más que nunca hoy en
día.
Hay diferencias notables entre realidad histórica y films
sobre Cómodo, es normal en cine. Tanto en “La caída del Imperio Romano”
como en “Gladiator”, además de “Una Spada per l’Impero”
(“Una espada para el imperio”, 1965), de Sergio Greco e “Il
Due Gladiatore” (“Los dos gladiadores”, 1964), de Mario
Caiano, ambos péplums italianos de no muy alto presupuesto (a principios de los
60 se filmaron, especialmente en Italia, los llamados “Péplum” o
cine de aventuras en la Antigüedad con sus personajes históricos o
mitológicos). Coinciden los cuatro en la muerte de Cómodo (31-diciembre-192 d.
C.) en espectacular lucha con el héroe cuando en realidad fue víctima de una
conspiración de los senadores, cansados de ver sus filas diezmadas por proscripciones
y ejecuciones: sobrevivió por vómito al veneno administrado por su novia Marcia
(novia de turno, porqué en su total degradación tenías amantes de ambos sexos)
para ser luego estrangulado en el baño por el atleta Narciso. Otra diferencia
importante es la muerte de su antecesor y padre Marco- Aurelio: en “La
caída del Imperio Romano” el emperador- filósofo muere envenenado por
unos conspiradores ajenos a Cómodo pero que le benefician en sus aspiraciones
--- una manzana mondada con la hoja de un cuchillo emponzoñada en una cara y
ofrecida por el ciego Cleandro (Mel Ferrer) --- mientras en “Gladiator”
es asesinado por su propio hijo (en las otras dos no aparece Marco- Aurelio).
Cómodo tenía rasgos propios de Calígula y de Nerón, su gobierno prometía en un
principio como el de los dos citados para luego convertirse en un caos: ruina
económica del estado a causa de la mala administración, la corrupción, el
rechazo a la sabia política de su padre, caprichos, actos absurdos,
proscripciones (una insinuación, una mirada podían significar pena de muerte)…
Al igual que los dos mentados se le atribuye una megalomanía y una enajenación
progresiva fatal para la marcha del Imperio, para muchos y para él mismo. Si
Nerón gustaba exhibirse como Píndaro,
recitador lírico, Cómodo lo hacía como Hércules mostrando su fuerza
física y combatiendo en el circo con gladiadores y animales salvajes (según las
crónicas, “debidamente drogados”). Hemos de coincidir con el historiador Carl
Grimberg: “Ninguno de los monstruos con figura humana ocupantes del trono de
Roma alcanzó larga vida y todos tuvieron una muerte violenta”: Cómodo tenía 31
años al ser asesinado, los mismos que su funesto modelo, Nerón, al suicidarse,
mientras Calígula llegó a los 29, Caracalla no había cumplido los 30 y el
desdichado Heliogábalo contaba con 19 años.
Anthony Mann filma con buen pulso narrativo las escenas
íntimas aunque demasiado largas y lentas y no por culpa del realizador, usa
significativamente los elementos atmosféricos como la lluvia, la nieve, la
niebla, la especificación nocturna (factores poco vistos/usados en el “péplum”)
como signos de decadencia, de paz o tranquilidad momentáneas, etc., el señalar
al hombre honesto que cumple con su deber (Livio) renunciando al trono asignado
por Marco Aurelio el cual había reconocido los excesos y la incipiente crueldad
de su hijo y no le quería como sucesor. Hay escenas antológicas como el
entierro de Marco- Aurelio, momento en el cual Livio le entrega la antorcha (=
la jefatura del Imperio) para iniciar la incineración del difunto, evitando una
guerra civil y recuperando (momentáneamente) la amistad de Cómodo. La
progresiva decadencia y corrupción de Cómodo, la manipulación del tesoro público
por parte del emperador para asegurarse riquezas, la carestía del pueblo llano
en paralelo, el combate final en el circo y, sobretodo, aquella carrera de
cuadrigas compitiendo Livio y Cómodo que en nada envidia a la más famosa de Ben-
Hur (en un terreno regular, el circo, mientras que en “La caída
del Imperio Romano” es en el bosque bordeado de precipicios, ríos y
subidas/bajadas en colinas) pero, al fin y al cabo, estas magníficas escenas de
carreras en ambos films están realizadas por el director de 2ª unidad y
especialista Yakima Canutt, así como algunos momentos sueltos filmada por
Andrew Marton (sin acreditar) en ausencia de Mann… La secuencia final, cogida
por los pelos, debe colocarse en el debe del guión: Livio, después de matar a
Cómodo, llega justo a tiempo de salvar a su prometida Lucilla, hermana del
emperador, de la inmensa pira donde la había condenado Cómodo mientras los bárbaros
prisioneros mueren abrasados en el fuego maldiciendo a Roma; se oyen voces de
los senadores y pretorianos subastando la jefatura del Imperio rechazada por
Livio. En la realidad fue nombrado emperador el que había sido cónsul y
gobernador Publio Helvio Pertinax cuyo reinado duró 86 días ---apuñalado el 28
de marzo del 193 --- y fue sucedido por el banquero Didio Juliano, emperador
del 28 de marzo al 1 de junio del 193 (ahora sí, el Imperio fue ofrecido en
subasta), siendo substituido por Cayo Prescenio Niger, gobernador de provincias
y militar (mediados de abril del 193 a marzo del 194), al igual que Clodio
Albino (se proclamó emperador en otoño del 196 y cayó en combate contra el
general Septimio Severo el 19 de febrero del 197). Por fin Septimio Severo
(padre del también futuro emperador Caracalla, de características parecidas a
Cómodo) dio, aunque en tiempo de decadencia, un gobierno de relativa
estabilidad. Estos fueron los sucesores de Cómodo, implicados en la Guerra
Civil del llamado tiempo “De los cinco emperadores”, cuyas
consecuencias fueron lamentables para el futuro de Roma, una crisis más fuerte
que la acaecida tras la muerte de Nerón, sucedida más de un siglo antes (muerte
en el 68, Guerra Civil en el 69, llamado “Año de los cuatro emperadores”).
A veces una situación histórica, un rumor cierto o falso
puede ofrecer nuevas posibilidades para el cine. La historia nos habla de la
convicción de algunos en creer que Cómodo no era hijo de Marco- Aurelio sino de
un feroz gladiador, cosa solamente sabida por la ya difunta esposa de Marco
Aurelio, Faustina la Menor, hija a su vez del emperador Antonino Pío el cual
era el padre adoptivo de Marco- Aurelio. En cambio en el film de Mann se
descubre que si era verdad… “Un hombre no puede luchar con su hijo”
dice el gladiador Verulus (Anthony Quayle), uno de los preferidos de Cómodo,
cuando Livio le dice que se una a él en la lucha contra el déspota. Cómodo
había nacido con un hermano gemelo que falleció a los tres años de edad: en “Los
dos gladiadores” este hermano no murió sino que será quien encabece la
oposición contra el tirano y en el mismo film, Cómodo (Mimmo Palmer), entrega
al prefecto Cleandro al pueblo como cabeza de turco para ser linchado,
acusándole de todos los males del gobierno. En “Una espada para el
Imperio” los bárbaros pisan ya territorio italiano, cosa totalmente
falsa, en realidad aquí toda relación del guión con la realidad es pura
coincidencia, p. e. Cómodo (Enzo Tarascio) desea encarcelar al papa Sixto cuando
no existió ningún pontífice de este nombre bajo su reinado (durante el gobierno
de Cómodo los pontífices fueron Eleuterio, 175- 189 --- el 175 es dudoso como
año de elección --- y Víctor I, 189- 199, cuando nació y creció el cisma
gnóstico), hubo algunos breves conatos
de persecución aún vigente desde tiempos de Marco- Aurelio pero el tirano no se
ensañó particularmente con los cristianos, además la denominación de “Papa”
empezó a usarse en tiempos de Gregorio VII (1073- 1085); Sixto I pontificó (con
dudas en las fechas exactas) del 115 al 125 y Sixto II del 257 al 258 en la
persecución del emperador Valeriano (5) en la cual el pontífice fue decapitado
en un cementerio (hubo cinco papas con el nombre de Sixto pero ninguno
coincidió con Cómodo)…
II) UN RÁPIDO EPÍLOGO: RIDLEY SCOTT Y “GLADIATOR”
Ridley Scott (nacido en South Shields, Gran Bretaña,
1937) me parece un director desigual e irregular en su filmografía pero uno de
los más conocidos e interesantes en la actualidad (nominado tres veces al Oscar
a la mejor dirección). Cae a veces en los errores de muchos de sus colegas pero
cuando está inspirado nos da momentos excelentes y ello se da parcialmente en
algunos films o totalmente en dos obras absolutamente redondas en el género de
la Ciencia- Ficción: “Alien” (“Alien, el octavo pasajero”,
1979) y “Blade Runner” (“Blade Runner”, 1982),
según la novela de Phil K. Dick escrita en 1968: “Do Androids Dream of
Electric Sheeps”? (“¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas?”) y cuando no lo está cae en el tedio, en el alargamiento
de escenas o en subrayados inútiles. Un claro ejemplo es “Legend”
(1985), una cinta de fantasía totalmente resentida en su puesta en escena y
que, además, fue un sonoro fracaso en taquilla compensado por “Thelma and
Louise” (“Thelma y Luisa”, 1991), una “road movie”
protagonizada por dos mujeres, donde el film recibió un Oscar por el mejor
guión y primera nominación de Oscar para Scott (a pesar de todo es un film
bastante sobrealabado). Los méritos de Scott son el logro estético de muchos
planos, las atmósferas recargadas y su ejecución sonora y visual, elementos que
domina a la perfección (de joven ya era un gran aficionado a la pintura, el
dibujo y la fotografía). Después de adquirir experiencia con muchos cortos
acertó en su “ópera prima”, “The Duelist” (“Los duelistas”,
1977), premiada en Cannes por su brillante iluminación y fotografía y a
continuación vendría el gran acierto de “Alien”, donde, junto con
sus cualidades, dosifica certeramente el suspense (el ataque imprevisto de
aquel ser del espacio a los tripulantes de la nave, algo parecido con el “Tiburón”
de Steven Spielberg).
En “Gladiator” se repite la historia de “La
caída del Imperio Romano”, podríamos decir que es un remake: después de
fallecer Marco- Aurelio (180 d. C.) el general romano Máximo Décimo Meridio
(correcto Russell Crowe) pasará a esclavo y gladiador a causa de la persecución
de Cómodo (excelente Joaquin Phoenix) ya que el anterior emperador (Richard
Harris) no ha dado el poder a su hijo sino a Máximo al que quiere como a tal
(en realidad sabemos que Marco Aurelio si quería a su hijo y le dio la jefatura
del Imperio, cometiendo así el mayor error de su vida). Cómodo le perseguirá
encarnizadamente, asesinará a su esposa e hijo y desea matarle a toda costa.
Máximo, enamorado de Lucilla (en ambos films), hermana de Cómodo encabezará la
rebelión… Al igual que en “La caída…” el guión hace
aguas… La parte íntima está muy bien resuelta con fuelle claramente
shakesperiano: envidias, celos, odios; sentimientos de maldad y bondad son el
engranaje que mueve la máquina narrativa la cual es motor de la historia. En la
parte épica hay de todo: planos demasiado rápidos, los soldados que marchan a
un lado y luego está en el otro, hace saltar la cámara sobre su eje repetidas
veces consiguiendo el aturdimiento del espectador, imágenes bellas y bien
conseguidas que dejan de serlo a base de repetirlas innecesariamente (la escena
inicial, p. e. de la mano en el trigo), el ralentí usado como efectismo que
prolonga inadecuadamente los “tempo” mientras en plena batalla vemos el orden
de combate de las legiones más conseguido que en “La caída…”
donde las luchas eran un desconcierto. Con el ordenador ahora es más fácil
conseguir una Roma o un Coliseo bajo el lema de la perfección técnica pero
también es más impersonal y aséptico… Prefiero los escenarios reales y el
entrañable cartón- piedra bien elaborado, no las chapuzas, de antaño. El
alargamiento de unos planos y la gratuidad restan puntos a “Gladiator”
(en “La caída del Imperio Romano” recuerdo una toma
totalmente innecesaria: Marco y Lucilla entran en un templo en plano cenital, o
sea perpendicular, filmado desde el techo, algo impensable en un realizador
como Mann por lo que pienso en una imposición más del productor).
El film de Anthony Mann costó 20 millones de dólares y
constituyó un gran fracaso que provocó “La caída del Imperio Bronston”, “Gladiator”
arrasó taquillas, ganó algún Oscar y rehabilitó a Scott después de una
temporada de resultados mediocres hablando cinematográficamente. Hay aspectos
positivos pero después de analizar los dos films yo me inclino por “La
caída del Imperio Romano”…
Narcís Ribot Trafí
1)-“Anthony Mann”, de Jeanine Basinger. Twayne,
1979. Edición española a cargo de la Filmoteca
Española y el Festival de San Sebastián (2004).
2) - Nicholas Ray también tiene un díptico filmado en
España: “King of Kings” (“Rey de reyes”, 1961) y “55 Days at Peking” (“55
días en Pekín”, 1963). “Rey de Reyes” es una muy valiosa
versión de la vida de Jesucristo (guión de Philip Yordan). El actor Jeffrey
Hunter interpretó a un Jesucristo con ojos azules (fue recomendado por John
Ford). Hay una cinta muda del mismo título en 1927, filmada por Cecil B.
DeMille. En “55 días en Pekín” estalló la crisis entre el
productor y el realizador.
3) - “Anthony Mann”, de Fernando Alonso
Barahona. Film Ideal, Barcelona (1997).
4) - “Anthony Mann”, de Ángel Comas. T
& B Editores (Colección “Lo esencial de…”), Madrid (2004).
(5)- “La antigua Roma en el cine”, de Juan
J. Alonso, Jorge Alonso y Enrique A. Mastache. T & B Editores, Madrid
(2008).
Es un libro muy interesante donde en un capítulo se nos explican las
diferencias entre historia y los films “La caída del Imperio Romano”
y “Gladiator”. Es un completísimo estudio. Los autores eruditos,
profesores y grandes aficionados al cine editaron también “La Edad Media
en el cine” (2007) y “El Antiguo Egipto en el cine”
(2010). Fácil adivinar cuál sería el próximo volumen a publicar. Ha salido hace
poco: “La Antigua Grecia en el cine” (2013). Sencillamente, todos
son de lectura indispensable…
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