“La inspiración es un huésped que no
visita de buena gana al perezoso”.
(Tchaikovsky)
Es muy
probable que el ballet se originara en las cortes de Borgoña, Milán y Provenza
en el siglo XV: simplemente danzas con acompañamiento de música para ser
estudiado prácticamente en el siglo XVII- XVIII en las cortes de Luis XIII y
Luis XIV de Francia; Jean- Baptiste
Lully fue el primero en escribir partituras para espectáculos coreográficos
para más adelante aparecer Jean- Philippe Rameau y Christoph Willibald Gluck.
Números de ballet se insertaban, casi como escenas obligadas, en las óperas,
otros quedaban como ballets en “estado puro”, independientes, destacando los
músicos franceses de finales del siglo XIX y los rusos los cuales propagaron y
enaltecieron este tipo de danza.
Recordemos que la palabra “ballet” es un término
francés proveniente de Italia (“ballare”= “danzar”). En el siglo
XIX Sergio Diaghilev tuvo el gran acierto de reunir los mejores talentos de
coreografía y músicos, los más imponentes decorados y los más reputados
bailarines. De todo ello se benefició el gran Igor Stravinsky (1892- 1971) el
cual nos dio una tetralogía inmortal (“Petruchka”, “El pájaro de fuego”, “La
consagración de la primavera” y Pulcinella”) pero antes de él hubo hubo
otro no menos importante: Piotr Ilich Tchaikovsky (1840- 1893) quien nos
ofreció una trilogía magistral en el campo del ballet: “El lago de los cisnes” (
empezado a componer en 1875), “La bella durmiente” (1888) y “El
Cascanueces” (1892), también los años de la composición entre
paréntesis, obras que nunca han dejado de figurar en los repertorios de las
principales compañías mundiales, una trilogía inigualable.
“El lago de los cisnes” (estrenado en
1877) posee, al igual que los otros dos, la coreografía del famoso Marius
Petipa (aunque en los tres ballets siempre ha habido coreógrafos que los han
modificado a su gusto personal, cosa que desvirtúa la obra). Basado en un
argumento de V. P. Begitchev Y Vasili Gelter, se convirtió en el más popular de
todos los ballets, tanto para el público como para los bailarines ¿Porqué?
George Balanchine nos dice que otros ballets no pueden ser acortados en
versiones de un solo acto y todo que la parte no proporciona el espíritu del
todo nos colocamos ante una historia trágica y romántica al mismo tiempo. El
compositor sirve primero la música (inolvidables melodías) y después la escena.
La melodía inicial consigue por si sola mantener un tono de inquietud
expectante, encontrando en cada momento el matiz sonoro adecuado (la calidad
sonora está a la altura de las producciones sinfónicas más populares) con
intermedios de ritmo vivo que sostienen una línea sentimental y temerosa
(música que desprende inquietud) de una posible y trágica mala suerte.
La trama se centra en un joven príncipe quien va a
cazar cisnes salvajes y verá que uno de ellos se transforma en una bellísima
doncella, en realidad hija de un rey, hechizada y convertida en cisne por el
Genio del Mal que a su vez adopta la forma de búho. Romanticismo con fatalismo
incluido y matiz preciso para conseguir la calidad del timbre adecuada. El
preludio anticipa la melodía inicial con el oboe y, más adelante, con el grupo
de maderas en competición con la cuerda.
“La bella durmiente” (estrenado en
1890) posee un argumento de Marius Petipa e Ivan Vsevolojky sobre diversos
cuentos de Charles Perrault (no tan solo de “La bella durmiente”). Su
texto es el de mayor calidad de los tres de Tchaikovsky a pesar de que la adaptación no pasa de
correcta (así, desde el punto de vista escénico es menos interesante que “El
lago de los cisnes”).
La obertura de “La bella durmiente”
también contiene en miniatura la historia que ofrece, igualmente un cuento de hadas --- pasado el
prólogo y los dos primeros actos aparecerán, en el tercero, los personajes de
Perrault --- rico y solemne en su presentación pero cálido e íntimo en el
desarrollo de esta portentosa obra.
En esta ocasión la hija del rey Florestán es
emponzoñada por la bruja Carabosse, conocida por su mal genio, porqué se han
olvidado de invitarla a una fiesta
“El cascanueces” (estrenada en 1892)
fue elaborada cuando Tchaikovsky se quejaba de su prematura vejez, no solamente
física sino también en agilidad mental pues le costaba más que antes encontrar
la música adecuada. No parece “El cascanueces” el trabajo de un
hombre deprimido (aunque moriría un año después de su composición) ya que toda
la obra posee una vivacidad y una frescura formidables además de una espléndida
imaginación sostenida por una gran maestría técnica.
No destaca precisamente por su pericia el
argumento de Lev Ivanov mientras que la parte melódica del compositor es más
valorada. Algunos trozos del “Cascanueces” se unirán y arreglarán
para formar una “suite” ofrecida como concierto (“La suite del Cascanueces”).
Una vez más es un cuento de hadas: un “cascanueces”, algunos soldaditos de
plomo y otros juguetes cobran vida y se
enfrentan a unas agresivas ratas con sonidos típicos y acertados. La obertura
es una marcha infantil la cual desemboca en el I acto, representado únicamente
por niños. Frase principal/frase secundaria, repetición con ligeras variaciones
en donde el tema más importante, de forma marcial, está en función de los
soldaditos de plomo y otro tema, secundario, refleja la alegría infantil
delante la presentación del espectáculo en un logro tan denso como mágico al
igual que las otras dos obras inmortales y gloriosa de Piotr Ilich Tchaikovsky.
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