“De Haydn aprendí
como adquirir un ritmo de pensamiento vertiginoso, y a condensar en un mínimo
de tiempo un máximo de acontecimientos”
(Arnold Schöenberg, compositor, teórico
musical y pintor)
Es inexacto el título popular dado al austríaco Joseph Franz Haydn (1732-
1810) de “Padre de la Sinfonía”. Lo puede ser en el sentido literal pero
no lo es en el sentido exaltador y (re) formador de esta estructura musical.
Antes de Haydn existía ya la sinfonía (como existían los “lieder” antes de
Schubert) --- en la Escuela de Mannheim, varios músicos más y Johann Stamitz,
compositor de muchas sinfonías, muere en 1757 precisamente cuando Haydn empieza
a crear música de este género --- pero él fue el máximo exponente en calidad y
cantidad durante gran parte del siglo XVIII. Gracias a Haydn los instrumentos
empezaron a desarrollar un trabajo personal sin mezcla de acuerdos en donde
cada uno tiene una expresión propia dentro del conjunto. Éxitos musicales
aparte, hemos de reconocer a Haydn su influencias en las composiciones
sinfónicas de Wolfgang Amadeus Mozart y su importancia propedeútica a la
ingente renovación beethoveniana seguida por los románticos (Haydn tenía una gran
amistad con Mozart y fue profesor de Ludwig van Beethoven aunque maestro y
alumno no se entendían muy bien).
Las 108 sinfonías formadas en constante evolución
--- no quiere decir que las últimas, más rigurosas, invaliden las primeras, más
sencillas --- puesto que cada sinfonía refleja (aunque algunas sean de puro
encargo) la concepción estética y expresiva del momento lo cual le da justa
fama de gran conocedor y experimentador de la forma: éxito total, también
económico aunque lo fuera totalmente en su vejez. Haydn había escrito bastantes
obras antes de su sinfonía nº 1 (en re menor, 1757 o 1759), seguramente no
compuso ninguna antes porqué no se lo habían pedido.
Las primeras sinfonías son despreocupadas, más
ornamentales, sencillamente bellas y galantes partiendo de los presupuestos
estéticos del Rococó con juego químicamente melódico sin la trascendencia y
enriquecimiento musical de las últimas. Es lógico, pues, que Haydn escribiera
sus primeras sinfonías para núcleos orquestales reducidos aún preclásicos: una
docena de instrumentos de cuerda, dos oboes, dos flautas y dos trompas, sin
sobrepasar la veintena de músicos mientras que las últimas necesitan una
formación musical más numerosa (evolución en la cual es indispensable la
aportación del propio Haydn). Las primeras recurren generalmente a las antiguas
estructuras como por ejemplo la nº 15 la cual recuerda la “obertura a la
francesa”, la nº 6 (“La mañana”) o la nº 7 (“La
tarde”) que recuerdan las piezas constitutivas del “Concerto
Grosso”. En 1759 o 1757 creó su sinfonía nº 1, en el período 1760-1770
surgieron cuarenta, de 1770 a 1780 aparecieron treinta y una, en el decenio
1780- 1790 veintiuna y de 1791 a 1795 doce. Es lógico: a medida que disminuía
la fecundidad numérica aumentaba la profundidad aparte de la evolución general
de la forma --- y de toda la música --- de la cual Haydn era uno de los más
felices responsables (tres tiempos, generalmente en sus obras primeras, y
cuatro tiempos después).
Su primera
sinfonía deja entrever la obra de un alumno aventajado, conocedor de la técnica
mientras que las últimas le revelan como un gran sinfonista clásico, totalmente
parangonable a Mozart en sus mejores momentos. No obstante, el tríptico formado
por la nº 6, 7 y 8 (“La noche”), las más personales de sus
obras iniciales, conjuga un programa poético de fecunda actividad cara a la
música y al propio compositor. La sinfonía nº 22 (en mi bemol mayor, “El
filósofo”), de corte semejante a las anteriormente citadas, presenta
--- sorprendentemente --- la innovación de substituir los oboes por dos cuernos
ingleses dándole un color especial a la sinfonía mientras que la nº 43 (en mi
bemol mayor, “Mercurio”, 1772) parte de un tema sólido y ágil que inspiró a
Beethoven en su primera sonata para violín (opus 24, “Primavera”) y despertó la
admiración de Johannes Brahms, quizá la sinfonía más perfecta creada hasta
entonces. Es muy original la nº 45 (“La despedida”), especialmente su 4º
movimiento mientras que la revolución instrumental iniciada en el Barroco hacia
el Clasicismo se deja ver el la nº 48 (“María- Teresa”). La sinfonía nº 73
(“La
caza”) es paradigma de la acumulativa experiencia del autor en conexión
con la técnica evolutiva, destacando también la sencillez en los temas y su
desarrollo.
De la nº 82 a la 87 son las bautizadas como “de
París”,
más cromáticas y con mayor soltura de movimientos: la 82, conocida como “El
oso” a causa de un pedal bajo en una danza rústica inspirada, según se
dice, en las evoluciones del baile de un oso amaestrado, la 83, “La
gallina”, por el oboe actuando en forma cacareante y la nº 85 (“La
reina”), la predilecta de María- Antonieta.
De la 93 a la 104 son las tituladas “Sinfonías
de Londres” (también conocidas como “Sinfonías Salomón”),
escritas en sus dos estancias en la capital británica. Son majestuosas,
elegantes y más substanciosas, culminación de su fecundidad sinfónica.
Destaquemos la nº 94 (“La sorpresa” o “Golpe de timbal”), la nº
100 (“Militar”), la nº 101 (“El reloj”), la nº 103 (“Redoble
de timbal”), que nada tiene que ver con la 94, y la nº 104 (titulada
propiamente “Londres”). Haydn casi nada tuvo que ver con los nombres dados a
sus sinfonías, en numerosas ocasiones se colocaron posteriormente por
musicólogos y editores...
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