”Utilizando la menor aspereza,
bajaba rápidamente, deslizándose por la pared igual que un lagarto. ¿Que clase
de criatura se esconde bajo la apariencia de este hombre? Tengo miedo, mucho
miedo. No puedo huir”. (“Drácula”,
de Bram Stoker)
En este mes de mayo se cumplen los 120 años de la publicación por parte
de la editorial británica Constable & Co. de la clásica y gran novela de horror del irlandés Bram
Stoker. Nadie, ni el propio escritor, no podía imaginar el grandioso éxito del
libro. Hoy “Dracula” (“Drácula”) es considerada
merecidamente como una obra maestra de la narrativa fantástica y de terror y
Stoker un autor reputado pese a que alguna vez reciba insultos (pretenden ser homenajes)
como los de Anna Rice, autora de infumables mamotretos, p.e. “Entrevista
con el vampiro” (tiene otro dedicado al personaje de “La
momia”, sencillamente espantoso) y también escritora del guión de la
película de igual título (Neil Jordan), igualmente impresentable.
Pero más que nada el éxito de la novela
(cualidades aparte) se debe a las diversas versiones cinematográficas – más que
las teatrales --- las cuales han popularizado el personaje de Stoker, la figura
de ficción más adaptada junto con el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle. “Drácula”
es un libro difícil de pasar del papel al celuloide. Es más provechoso crear un
guión original sin restar interés a partir de los puntos de partida de Stoker
--- viajero (al abogado Jonathan Harker) que va al castillo de un aristócrata
en la lejana y misteriosa región de Transilvania (región del norte y centro
occidental de la actual Rumanía) para vender unas casas en Londres a un
aristócrata (el conde Drácula, en realidad un vampiro), introducción de este en
la sociedad victoriana (finales del siglo XIX) --- que no pretender ser fiel a
ultranza al texto stokeriano. Quienes lo han hecho queriendo ser “fieles”, o
bien es mejor olvidar la película, como “El conde Drácula”, de Jesús Franco,
coproducción española, cinta sosa y lenta en donde incluso Christopher Lee está
apagado, o bien “Drácula de Bram Stoker” (1992), un bluf de Francis Ford Coppola
el cual utiliza el nombre del escritor como cebo y para dejar sentado que se
trata de la versión “definitiva”, cosa absolutamente falsa. Lo de la versión
“más fiel” fue utilizado por indocumentados e ignorantes totales de la
literatura o el cine, ajenos totalmente al género, algunos de ellos ni tan
siquiera habían leído el libro, en su estreno y también porqué Coppola es el
cineasta “progre” que ha de defenderse por encima de todo (me parece muy bien y
no le quito los méritos pero en otros títulos...); por el contrario es una de
las versiones más infieles al texto de Stoker. No hay vergüenza en utilizar el
nombre del escritor pero, claro, a Coppola todo se le permite.
Bram Stoker para su personaje del vampiro se
inspiró en las leyendas propias del folklore centroeuropeo, en relatos
anteriores a su generación (“El Vampiro”, de John William
Polidori, “Laura y Carmilla” de Sheridan Le Fanu) y en la figura real de
Vlad III, príncipe Vlad “Tepes” (= “Empalador”, en rumano) Draculea, de
Valaquia (región actualmente situada en el sur de Rumanía), combatiente contra
el expansionismo turco (nació en 1431), hombre cruel y sanguinario (fue preso
de los turcos en su infancia) considerado héroe nacional hoy en día y su
castillo objeto de visitas turísticas, gracias principalmente a la historia de
Stoker y posteriores adaptaciones cinematográficas.
“Nosferatu, eine Symphonie des Grauens”
(“Nosferatu”, 1922) es la primera versión (alemana,
muda, por su puesto) para el celuloide a cargo de F. W. Murnau la cual guarda
el mismo esquema de la novela y posteriores adaptaciones del libro: Viaje a Transilvania al castillo del conde
Drácula por parte del abogado Jonathan Harker para vender unas casas en Londres
(en realidad para prosperar en la búsqueda de sangre por parte del monstruo
-----> introducción de “lo fantástico” (el vampiro) en lo real (Drácula se
introduce en Londres) ------> Retorno al castillo: descubierto y perseguido
por el Dr. Van Helsing y sus amigos Quincey Morris, Dr. John Seward, el mismo
Harker y Arthur Holmwood. Allí finalmente es destruido. La única diferencia
esquemática entre la novela y “Nosferatu” reside en que el vampiro
no retorna a su país natal puesto que será destruido por el sol en Wisborg.
Murnau ocultó la procedencia de su película cambiando los nombres de sus
protagonistas (Vlad Drácula por Orlok Nosferatu, Jonathan Harker por Hutterson,
Mina por Ellen) pero Florence, viuda de Stoker le llevó a los tribunales y se
tuvieron que destruir todos los negativos y copias existentes. Afortunadamente
se salvaron algunos. Dentro del
Expresionismo Alemán, Murnau logró una auténtica pesadilla aunque deformara
(genialmente) la figura del vampiro, una auténtica obra maestra (las sombras
envolventes, el horror que envuelve al espantoso vampiro, etc.). El remake de
1979 a cargo de Werner Herzog, “Nosferatu, Phantom der Natch” (“Nosferatu,
vampiro de la noche”) es pretencioso y, a veces, grotesco (interpretado
por Klaus Kinski, el mejor actuante en la cansina y torpe “El conde Drácula” de
Jesús Franco como el alienado Renfield) pero en conjunto tiene algunos detalles
que superan, para mi, al vacío y farragoso “Drácula”, de Francis Ford
Coppola el cual ni es la gran película pretendida ni, por supuesto, el mejor
Drácula de la historia del cine sino un aséptico videoclip defendido por
algunos ajenos al fantastique y otros abogados del falso romanticismo servido por
un escrito facilón y acomodaticio (James
V. Hart) y por un realizador (Coppola) el cual ignora que es el cine
fantástico.
La versión de Tod Browning a cargo de Universal
(1931), “Dracula” (“Drácula”) con el gran Bela Lugosi es
una de las clásicas por antonomasia. Contiene excelentes momentos,
especialmente al principio y algunos al final aunque descienda el nivel en la
parte intermedia --- Drácula en Londres --- a causa de las condiciones que
sufrió Browning (según el espléndido estudio de David. J. Skal y Elias Savada),
aparte de la influencia teatral de Hamilton Deane y John Lloyd Balderston,
sostenedores del guión de Garret Fort y no directamente del libro de Stoker.
Puntos destacables la fotografía en blanco/negro de Karl Freund (pasado a la
realización dirigirá al año siguiente “La momia”),
la emblemática y (teatral, nunca en sentido despectivo) interpretación de Bela
Lugosi (colosal actor teatral) el cual consigue el vampiro más elegante de la
historia (además de sus gestos, miradas, insinuaciones que remiten inexcusablemente
a su origen aristocrático) hacen de la película un ensamblaje de misteriosa
seducción. La versión de habla hispana --- aún no se había inventado el doblaje
--- rodada por George Melford e interpretada por Carlos Villarías (muy
acertadamente aunque no fuera Lugosi) es más larga y explícita que su homónima
americana. La descubrí en un pase en el Festival de Sitges (1991) y, a pesar de
sus limitaciones, fue una agradable sorpresa (aunque Melford tampoco sea
Browning).
Pasando por trabajos de Lambert Hillyer (“La
hija de Drácula”, 1936) y Robert Siodmak, excelente tejedor de cine
negro, más que fantástico (“El hijo de Drácula”, 1943), guiones
ajenos al libro es justo recordar los dos films de Erle C. Kenton, “House
of Frankenstein” (“La zíngara y los monstruos”) y “House
of Dracula” (“La mansión de Drácula”), en 1944 y
1945, respectivamente, en donde John Carradine da una interpretación
interesante (nos recuerda a “Mandrake el mago”) aunque se trate
de mezcla de personajes terroríficos y estemos en época de decadencia: el
hombre-lobo, Drácula, el monstruo de Frankenstein, algún doctor loco y un
jorobado (substituido por una bondadosa jorobada en la segunda), los dos
últimos escapados de la cárcel.
Llegamos a 1958 en el recién comenzado reinado de
terror a cargo de la británica Hammer Films cuando Terence Fisher da la que
para muchos (entre los que está un servidor) es la mejor adaptación de la
novela de Stoker, “Horror of Dracula” (“Drácula”) dándose a conocer en
popularidad a partir del género dos actores: Peter Cushing como el mejor Dr.
Van Helsing cinematográfico (también será el mejor Dr. Frankenstein) y
Christopher Lee, el más grande conde Drácula junto con Bela Lugosi. Ya hemos
comentado algunas veces el éxito artístico de Fisher, la dedicación absoluta a
su trabajo que se tomaba en serio y sin dejarse influenciar por las antiguas
versiones de Universal que no había visto (lo hizo después). Innovación
absoluta en el género: el espléndido color, el erotismo (aumentado por otros
realizadores que vendrán a continuación), el retorno a las fuentes, las escasas
veces que aparece el personaje del vampiro, con la puesta en escena casi
tridimensional, sugiriendo terrores en recovecos y espacios oscuros, los
personajes totalmente en función de la trama (magnífico guión de Jimmy
Sangster), más importancia dada al perseguidor Van Helsing que al propio
Drácula, el ritmo imponente que nunca decae (algo que falta en la versión de
Browning) y la personal interpretación de Lee, animalesca y de acuerdo con su
concepción del personaje. Interpreta a Drácula como motor/representante de algo
maléfico (el propio diablo) mientras Lugosi prácticamente era el mismo demonio.
Dejamos de lado las dos restantes formidables
aportaciones de Fisher al tema (no basados en el libro), “Las novias de Drácula”
(1960) y “Drácula, príncipe de las tinieblas” (1965) y el resto de la
serie de Hammer reemprendida por los Freddie Francis, Peters Sasdy, Roy Ward
Baker y Alan Gibson, con alguna que otra aportación pero sin llegar a los
resultados de Fisher.
Es necesario aclarar que el convertir al vampiro
en un “romántico enamorado” es algo totalmente ajeno a Stoker y a la leyenda
(es lo más infiel del vampiro de Coppola). Esto se había intentado ya como
experimento. El primero fue William Crain en su infumable “Blácula” (“Drácula
negro”, 1972) y luego Jacinto Molina/Paul Naschy en “El
gran amor del conde Drácula”, de Javier Aguirre (1973), quizás el mejor
film sobre el personaje en España para terminar con la versión televisiva de
Dan Curtis con Jack Palance, “Drácula” (1974), con guión de Richard Matheson en
donde la muchacha que desea sorber su sangre es el vivo retrato de su novia
cuando era humano, unos 600 años atrás (incidiendo en bastantes versiones de “La
momia”). Ni en esto es original la sobrealabada película de Coppola. En
la excelente versión de John Badham (1978), “Drácula” con Frank
Langella (Drácula) y Lawrence Olivier (Dr. Van Helsing) esquiva el ridículo
mencionado de la cinta coppoliana: el vampiro se siente fuertemente atraído por
su víctima pero nunca pierde su condición satánica (magistral ambientación
aunque elude la primera parte del castillo, iniciándose con la llegada de
Drácula a las costas británicas) sin convertirse en títere, ni en muñeco lloriqueante de la mujer que desea
poseer/compartir su sangre/hacerla lo que es él.
Volviendo a la “fidelidad” esgrimida por quienes
quieren defender un producto “políticamente correcto” puedo decir que hay una
serie de TV (1977), de Philip Saville con Louis Jourdan y Frank Finley, “Count
Dracula” (guión de Gerald Savory cuya adaptación novelada cayó en mis
manos a finales de los 70), que es muy “fiel a la letra” y muy cercano “al
espíritu”, cosas totalmente alejadas en la película de Coppola. Aparte de
algunas reducciones forzosas lo único diferente de la novela es el retrato de
Louis Jourdan con aspecto de joven --- también son diferentes Lugosi y Lee ---
mientras en el texto de Stoker se presenta como un anciano de más de 70 años el
cual oscurece sus canas y bigote blanco cuando tiene sangre abundante (en
Londres).
Si Coppola copia planos de Federico Fellini, del
cine japonés, además de alguna escena de algún film de Hammer (precisamente una
de las menos destacables: “El poder de la sangre de Drácula”,
de Peter Sasdy) y nos presenta una vestimenta que intenta impresionar (basado
en el pintor Gustav Klimt), apartándose del traje negro (¿donde está la
“fidelidad”?) propio de la novela en donde, al menos, en dos ocasiones lleva
capa totalmente negra (el cine en color aportará el envés rojo a partir de “Drácula,
príncipe de las tinieblas”) y finalmente cae en la grandilocuencia y en
la grosería con una interpretación
inadecuada y, a ratos, ridícula de Gary Oldman a la cual se suma la de
Anthony Hopkins a la misma altura (su personaje de Van Helsing es como un
histérico general Custer exterminando indios). Se da a la película una falsa
áurea romántica (Stoker no escribió una novela romántica sino una historia
gótica, (“Ghotic novel”), una sinfonía de horrores en donde hay varios
elementos románticos. Un comentarista dijo que más cercano a Novalis o Schumann
el film de Coppola está más cerca de Richard Cleyderman (o de Luis Cobos, diría
yo), un romanticismo (gran movimiento artístico-cultural cuyo nombre se usa y
abusa en demasía sin entender que era y que significó) como ambientado en la
semana de rebajas del Corte Inglés.
Mejor no hablar de las últimas aportaciones las
cuales demuestran la involución del cine fantástico y mucha parte del cine en
general.
Un siglo y 20 años de la novela, unos hombres como
Murnau, Browning, Fisher o Badham que han dignificado al personaje, otros que
lo han denigrado (Jesús Franco, Dario Argento) y otros equivocados (Coppola)
pero el personaje está vivo y vivirá...
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