La vida y vocación de Raoul Walsh siempre fue la
aventura. Filmó sus películas --- bélicas, cine negro, western, aventuras
propiamente dichas --- impregnadas de claro estilo aventurero con pasión,
bravura, audacia y expresividad. Puede
decirse que Walsh dominaba el arte de “explicar una historia”, sabía
dosificar/combinar los “tempos de reposo” con los “fuertes”, describir
rápidamente un paisaje/ decorado para
integrarlo de forma encomiable a la historia e introducir los personajes de
forma admirablemente ajustada. Las obras de Walsh no proceden de una
inspiración mecánica --- nunca fue, ni quiso ser, un esteta (ni falta que
hizo), nunca buscó la pulidez formal en sus films --- sino de un trabajo
inaudito y de un sentimiento casi espontáneo. Su interés, como se ha dicho y
escrito por el mismo y por otros, era filmar como un pintor pinta y lo hacía
casi siempre de forma exhuberantemente pasional (la técnica está dentro del
sentimiento, no buscada), señalando los gestos, los desplazamientos, las
miradas de los diversos personajes de la forma más honesta posible, siempre en
relación con un contexto preciso. Las películas de Walsh tienen siempre una
dimensión trágica obtenida por la dramaturgia de la escritura. El aliento de
tragedia griega o shakespeariana (siempre admiradas por nuestro hombre) están
presentes con frecuencia (“Murieron con las botas puestas”, “Una
trompeta lejana”, “Al rojo vivo”, “Esther y el rey”, etc.) como también
destilan humor (a veces humor negro) y astucia.
La utilización que hace de la tragedia es totalmente clásica, usando los
componentes indispensables: el pathos, (pasión en las peripecias
del héroe), la hematía (error trágico que produce la catástrofe), la hybris (el hombre intenta vencer el
destino) que junto a la dimensión de los personajes en relación con la épica
desemboca en la catarsis (purificación), solucionando el enigma planteado (“Objetivo
Birmania”, “El mundo en sus manos”) aunque a veces sea con la muerte
del/de los protagonista/s (“El último refugio”, “Los
violentos años 20”, “Juntos hasta la muerte”, en donde los dos amantes
tiroteados mueren cogidos de las manos en la “Ciudad de la Luna”, escena final
que iguala o supera la similar de “Duelo al Sol”, aquí los amantes se
matan entre sí, de King Vidor).
Características de Walsh tanto en sus grandes como
en sus pequeños films: síntesis narrativa, energía dinámica en el filmar y
rapidez en pincelar psicologías de personajes lo cual le valió la injusta acusación
de simplista cuando, en verdad, era una cualidad de gran director. En cuanto a
eso, solo resaltar (no es la primera vez que lo hago ni soy el primero en
hacerlo) la incompetencia, ignorancia y torpeza de la crítica hispana (al menos
una parte) que señalaron “Murieron con las botas puestas”
(1939) como una exaltación militarista y facistoide de la figura del
tristemente célebre general Custer que, en realidad, no era sino un exacerbado
film romántico en donde se señalaba al gobierno de Estados Unidos como
responsable de no cumplir las promesas hechas a los indios y Custer (Errol
Flynn) --- con diversos trazos coincidentes con el auténtico personaje --- como
víctima del destino. Seguramente esta parte de la crítica y sus seguidores de
la “pseudo progresía” ignoraban, por supuesto, que el guionista de la película
era Aeneas MacKenzie, de convicciones izquierdistas y apuntado a la “lista
negra” en la “Caza de brujas”durante el triste período del senador Joseph
McArthy.
Walsh llevó siempre dentro de sí el sentido de la
aventura. Nació en Nueva York (1887), de ascendencia irlandesa y española, la
prematura muerte de su madre le impulsó a buscar aventuras a los 15 años (su
padre había ganado algún dinero en el ramo de la sastrería), viajó por diversos
países, se convirtió en experto jinete y entró en el cine comenzando desde
abajo (como todos los grandes). Conoció a escritores como Mark Twain y Jack
London, al sheriff Wyatt Earp, a Buffalo Bill, tenía amistad con jefes de
tribus indias (como John Ford) y, entre otros, al boxeador Jim Corbett (a quien
dedicaría un magnífico biopic en “Gentleman Jim”, con Errol Flynn,
1942). Empezó de actor --- interpretó al asesino de Abraham Lincoln en la
famosa “El nacimiento de una nación”, de David Wark Griffith, 1915, para
después conocer al hermano de su personaje en la vida real --- recordando que
su primer largometraje fue “Life of Villa”, codirigida por
William Christy Cabane en 1912, donde, aparte de corealizador, fue el autor del
guión, argumento e intérprete de un joven Pancho Villa. Buscando exteriores
para rodar “The Old Arizona” (“En el viejo Arizona”, 1929) sufrió
un accidente de automóvil (al esquivar un conejo que se cruzó en la carretera)
que le costó la pérdida de un ojo.
Sus películas más famosas en el período mudo
(muchas se han perdido) fueron la ejemplar “El ladrón de Bagdad”
(1924), con Douglas Fairbanks y “La frágil voluntad” (1928), con
Lionel Barrymore y Swanson. La seca y realista “The Big Trail” (“La
gran jornada”, 1930) es el primer film sonoro cuando el western aún no
tenía cartas acreditativas. Se daba a conocer a un joven llamado John Wayne y
destacaba el paso de caravanas por las altas montañas.
El bloque constitutivo de sus WESTERNS, género que más tocó, destila vibración, ritmo, agitación
y humor (esto nunca falta en algún momento), todo ello mezclado con épica y el
sentido aventurero es trepidante, p. e. “Tambores lejanos” que es un western,
tiene el mismo argumento que “Objetivo Birmania”, cinta bélica: la
fisicidad de los pantanos, mosquitos, caimanes, bosques tan brillantes como
amenazantes además de toda clase de peligros haciendo, todo ello con un nuclear
espíritu aventurero, un espectáculo apasionante; y estas virtudes están tanto
en sus mejores westerns (“Juntos hasta la muerte”, sencillamente
una obra maestra, “Los implacables, “Tambores lejanos”), en sus más
rutinarios (“La rubia y el sheriff”), medianos (“Fiebre en la sangre”, “Cheyenne”),
originales (“Río de plata”) o notables (“Historia de un condenado”).
Si “La
gran jornada” fue su primer western sonoro, “A Distant Trumpet” (“Una
trompeta lejana”, 1964) fue el último y su obra póstuma. Aquí hay una
defensa más visible de la causa india aunque ni Ford (“El gran combate”), ni
Walsh no tenían ninguna necesidad de su enfoque más visceral. Sus simpatías
estaban siempre del mismo lado aunque filmasen desde el punto de vista del
otro. A partir de “Una trompeta lejana” las compañías aseguradoras se negaron a
dar soporte a sus trabajos por su constante riesgo en rodar. Dedicó sus últimos
años en escribir una novela, “La ira de los justos”, y una
autobiografía demostrando tener dotes de escritor.
Al tiempo que entraba en nómina en Warner Bros
filmaba su primera película perteneciente al CINE NEGRO: “The Roaring Twenties” --- estrenada
en España directamente en Vídeo y DVD como “Los violentos años veinte”
--- con James Cagney y Humphrey Bogart
en tiempos de la “Ley Seca” y que, como a otras muchas personas, la miseria ha
llevado a Eddie Bartlett (Cagney) a la delincuencia. Después filmó en dos ocasiones
con Humphrey Bogart: “Pasión ciega”, drama de camioneros
con ribetes de “Film Noir” (como puede ser “Deseos humanos”, de Fritz
Lang) y “El último refugio” con guión de W. R. Burnett (sobre su propia
novela “High Sierra”/”Alta Sierra”) y del realizador John Huston,
inspirados en el famoso proscrito Dillinger (la misma historia en clave de
western es la ya citada “Juntos hasta la muerte”). “Al
rojo vivo” (1949), con otra gran interpretación de James Cagney, es un
referente a los gangsters de la postguerra mientras que “Sin conciencia” (1951)
--- no firmó pero si filmó él (figura con Bretaigne Windust como
co-realizadores) --- se centra en el crimen organizado. Traiciones, mujeres
fatales, delincuencia (voluntaria o forzada), sádicos, sacrificios, épica …
Siempre se ha señalado “Objetivo Birmania” como
su mejor film BÉLICO, en
cambio yo tengo más debilidad (aunque el cine bélico no me interese mucho) por
“The
Naked and the Dead” (“Los desnudos y los muertos”, 1958),
según la novela de Norman Mailer, film atípico, más seco y austero que el
resto. Hay algunos films bélicos menores (por encima de ellos destacaría ”Más
allá de las lágrimas”).
Si por antonomasia sus películas son aventureras,
sus cintas de AVENTURAS
propiamente dichos se centran en cuatro marinas: “El hidalgo de los mares”
(genial), “El mundo en sus manos” (obra maestra, sencillamente), “Los
gavilanes del estrecho” (estimulante) y “El pirata Barbanegra”
(interesante).
Raoul Walsh falleció el último día de 1980 a los
93 años. Con él se iba un cine que ya no se hace.
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