Toda obra es, en mayor o
menor grado, fruto de las circunstancias (políticas, sociales, económicas,
emotivas, etc.) en las cuales se encuentra inmerso el creador. Puede que uno de
los casos más fehacientes de una obra indisoluble a la personalidad del artista
sea la de Josef Anton Bruckner (Ansfelden,
1824- Viena, 1896), hijo de un modesto maestro de escuela y organista en la
iglesia local en el valle de Ansfelden, región del norte de Austria. En la
Austria del conservador Klemens von Metternich (1773- 1859) --- irreconciliable
enemigo de Napoleón --- las corrientes de liberalismo no penetraron en el
campesinado (de donde procedía nuestro hombre) cuyas características y
costumbres eran practicamente invariables desde la época feudal. Bruckner, como
muchos paisanos suyos, tendía a una identificación primaria con las fuerzas de
la naturaleza, humildad peculiar y una fe religiosa “de carbonero”, etc.
Lo citado aquí no es malo en conjunto a pesar
de los ribetes reaccionarios de Metternich quien diseñó una sociedad cerrada a
la evolución política y social (también religiosa en el conocimiento y
vivencias prácticas de la teología católica).
Todo ello fue muy positivo para la carrera de
Bruckner y para la música en general: llegó a ser maestro organista, más
adelante consiguió el puesto de profesor en el Conservatorio de Viena y gracias
a su tenacidad “aldeana” (según Deryck Cooke) obtuvo un extraordinario
conocimiento de los métodos de composición y un gran dominio del órgano.
Es inútil tratar de valorizar y comparar la
obra de Bruckner con la de Beethoven, Brahms, Schumann o Mendelssohn, hemos de tomar
sus composiciones tal como son y tal como él las había pensado; fue despreciado
por algún “ortodoxo” (nefasta crítica de tipo inquisitivo) pero hoy en día es
considerado con justicia como un auténtico renovador de la música, el mejor
compositor austríaco del siglo XIX después de Schubert.
Bruckner se vio inmerso en las disputas
musicales de la época: los seguidores de Brahms
como continuador de las formas establecidas y los partidarios de Wagner como innovador
revolucionario. Su gran estima por la persona y obra de Wagner le valieron el
título de “sinfonista wagneriano” (en realidad tanto Brahms como Wagner
son dos soberbias formas, no necesariamente opuestas, de entender la evolución
de la música). Efectivamente, en la orquestación de las once sinfonías
brucknerianas --- la primera del catálogo en fa menor no numerada, la segunda
conocida como número 0 (cero) en re menor y las nueve restantes conocidas como
del 1 al 9 (esta última sin concluir) --- tienen de “ wagneriano” la amplitud
de períodos harmónicos, la utilización de los metales para conseguir más peso
en la emisión, la forma y como llegar al fondo de la emoción con una peculiar
escritura profundamente “expresiva” pero todo ello es muy relativo porqué
Bruckner usaba ya los metales en sus piezas corales antes de conocer a Wagner
aparte del gran aprecio sentido por Bruckner a la forma clásica junto con con
sus grandes conocimientos que remiten a los maestros del Barroco e incluso del
Renacimiento Tardío, su gran capacidad contrapuntística, su virtuosismo en el
órgano y su admirable capacidad para adaptar formas arcaicas a su estilo propio
totalmente novedoso y progresivo sin copiar nunca nunca estos elementos
descritos como p. e. La sinfonía 9 “Coral” de Beethoven que admiraba
profundamente.
Bruckner compuso algunas obras profanas vocales
de manera irregular (“El encanto del ocaso” posiblemente
sea la más destacable), también vocales religiosas como la formidable “Ave
María” para coro a 7 voces o el maravilloso “Te Deum” o “El
Salmo 150” para soprano, coral y orquesta.
El apartado de sus misas son de variable
calidad pero con grandes hallazgos y cuenta con ocho composiciones (las tres
últimas numeradas del 1 al 3), incluyendo un “Requiem” en re menor con
ciertas similitudes con el de Mozart (obras iniciales que irá puliendo al
adquirir experiencia) para llegar a las tres misas numeradas (de 1864 a 1868)
donde confluye algo del estilo de Juan Sebastian Bach, Joseph Franz Haydn y
Wolfgang Amadeus Mozart además de la “Missa Solemnis” de Ludwig van
Beethoven.
Otro día hablaremos de diversas aportaciones de
este gran músico que fue Anton Bruckner.
Narcís Ribot i
Trafí
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