sábado, 27 de junio de 2015

BRUCKNER, NOVEDAD EN LA MÚSICA


                    Toda obra es, en mayor o menor grado, fruto de las circunstancias (políticas, sociales, económicas, emotivas, etc.) en las cuales se encuentra inmerso el creador. Puede que uno de los casos más fehacientes de una obra indisoluble a la personalidad del artista sea la de Josef Anton  Bruckner (Ansfelden, 1824- Viena, 1896), hijo de un modesto maestro de escuela y organista en la iglesia local en el valle de Ansfelden, región del norte de Austria. En la Austria del conservador Klemens von Metternich (1773- 1859) --- irreconciliable enemigo de Napoleón --- las corrientes de liberalismo no penetraron en el campesinado (de donde procedía nuestro hombre) cuyas características y costumbres eran practicamente invariables desde la época feudal. Bruckner, como muchos paisanos suyos, tendía a una identificación primaria con las fuerzas de la naturaleza, humildad peculiar y una fe religiosa “de carbonero”, etc.
Lo citado aquí no es malo en conjunto a pesar de los ribetes reaccionarios de Metternich quien diseñó una sociedad cerrada a la evolución política y social (también religiosa en el conocimiento y vivencias prácticas de la teología católica).
Todo ello fue muy positivo para la carrera de Bruckner y para la música en general: llegó a ser maestro organista, más adelante consiguió el puesto de profesor en el Conservatorio de Viena y gracias a su tenacidad “aldeana” (según Deryck Cooke) obtuvo un extraordinario conocimiento de los métodos de composición y un gran dominio del órgano.
Es inútil tratar de valorizar y comparar la obra de Bruckner con la de Beethoven, Brahms, Schumann o Mendelssohn, hemos de tomar sus composiciones tal como son y tal como él las había pensado; fue despreciado por algún “ortodoxo” (nefasta crítica de tipo inquisitivo) pero hoy en día es considerado con justicia como un auténtico renovador de la música, el mejor compositor austríaco del siglo XIX después de Schubert.
Bruckner se vio inmerso en las disputas musicales de la época: los seguidores de Brahms  como continuador de las formas establecidas  y los partidarios de Wagner como innovador revolucionario. Su gran estima por la persona y obra de Wagner le valieron el título de “sinfonista wagneriano” (en realidad tanto Brahms como Wagner son dos soberbias formas, no necesariamente opuestas, de entender la evolución de la música). Efectivamente, en la orquestación de las once sinfonías brucknerianas --- la primera del catálogo en fa menor no numerada, la segunda conocida como número 0 (cero) en re menor y las nueve restantes conocidas como del 1 al 9 (esta última sin concluir) --- tienen de “ wagneriano” la amplitud de períodos harmónicos, la utilización de los metales para conseguir más peso en la emisión, la forma y como llegar al fondo de la emoción con una peculiar escritura profundamente “expresiva” pero todo ello es muy relativo porqué Bruckner usaba ya los metales en sus piezas corales antes de conocer a Wagner aparte del gran aprecio sentido por Bruckner a la forma clásica junto con con sus grandes conocimientos que remiten a los maestros del Barroco e incluso del Renacimiento Tardío, su gran capacidad contrapuntística, su virtuosismo en el órgano y su admirable capacidad para adaptar formas arcaicas a su estilo propio totalmente novedoso y progresivo sin copiar nunca nunca estos elementos descritos como p. e. La sinfonía 9 “Coral” de Beethoven que admiraba profundamente.
Bruckner compuso algunas obras profanas vocales de manera irregular (“El encanto del ocaso” posiblemente sea la más destacable), también vocales religiosas como la formidable “Ave María” para coro a 7 voces o el maravilloso “Te Deum” o “El Salmo 150” para soprano, coral y orquesta.
El apartado de sus misas son de variable calidad pero con grandes hallazgos y cuenta con ocho composiciones (las tres últimas numeradas del 1 al 3), incluyendo un “Requiem” en re menor con ciertas similitudes con el de Mozart (obras iniciales que irá puliendo al adquirir experiencia) para llegar a las tres misas numeradas (de 1864 a 1868) donde confluye algo del estilo de Juan Sebastian Bach, Joseph Franz Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart además de la “Missa Solemnis” de Ludwig van Beethoven.
Otro día hablaremos de diversas aportaciones de este gran músico que fue Anton Bruckner.
                        
 

                                                                                                                       Narcís Ribot i Trafí

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