Nunca ha habido un periodo de tiempo donde se
dieran tantos cambios como el Renacimiento. La fuerza motriz se dió en el norte
de Italia para expandirse por casi toda Europa. En 200 años (siglos XV- XVI) la
ciencia, en todas sus ramas, avanzó enormemente, en economía surgió el
capitalismo, en política nacieron los estados nacionales, en arte se recuperaron
los cánones clásicos que --- junto a las aportaciones originales --- crearon
obras imperecederas, en geografía se decubieron nuevos continentes, la Iglesia se
renovó tras la aparición de Lutero... Aquí aparece nuestro hombre, artista
genial y nítido paradigma del Renacimiento: Michelangelo Buonarroti (1475-
1564).
Pintor, escultor, arquitecto y (ocasionalmente)
poeta, del mismo fuste que Leonardo da Vinci, Miguel Angel Buonarroti nació en
Caprese de una familia perteneciente a la pequeña nobleza la cual en ocasiones
pasaba estrecheces (su madre murió cuando Miguel Angel tenía seis años). Pese a
que su padre no aprobara su temprana vocación artística le hizo entrar en el
taller del pintor Domenico Ghuirlandaio (1), uno de los más reputados de
Florencia. Aunque sus relaciones no fueron óptimas, de su maestro aprendió el
estilo de Massaccio y Giotto que le influenciarán en un futuro. Poco después
(1488) entró en la Escuela/Jardín del
mecenas florentino Lorenzo de Medicis (llamado “El Magnífico”) donde estudia el
arte clásico y se relaciona con la Academia Neoplatónica. Para la boda del rico
fabricante de telas Agnoli Dono con Madalena Strozzi realizará su primera
pintura codificada y único temple sobre tabla del artista (las demás están en
techos y paredes). El “Tondo Doni o “Sagrada Familia” (1503–
1505) contiene ya las características definitorias del autor: figuras robustas,
redondeadas, “escultóricas”... La composición es espiral y la asociación de los
tonos de los colores proporciona a este cuadro un sorprendente relieve: une la
Virgen María, el Niño y san José con el mundo pagano situado al fondo y como
intermedio a san Juan Bautista adolescente.
Miguel Angel siempre dijo que quería ser escultor,
no pintor, y se lo recordó al papa Julio II (2) cuando este aplazó el proyectoo
de su tumba y encargó al artista que pintara el techo de la Capilla Sixtina
(3), obra maestra de la pintura universal (1508- 1513). Disponía de un espacio
de 30 x 13m. que Miguel Angel organizó en 9 sectores transversales subdivididos
en 3 registros por la intersección longitudinal de falsas cornisas. En la parte
superior de los muros laterales, entre 8 lunetas ocupadas también por el gran
fresco, avanzan 8 triángulos que en las esquinas toman forma de conchas de
mayor superficie. Episodios del Génesis en los registros centrales de la
bóveda, figuras juveniles en los recuadros menores y las 5 Sibilas del mundo
clásico. Composiciones libres y enérgicas, en algunos casos aplicando el
escorzo (“Separación de las tierras y aguas”), consiguiendo aquella inimitable
sensación de profundidad en todo el fresco. La obra de la Capilla Sixtina
rebasa todo lo que se pueda decir o escribir sobre ella.
León X (Giovanni de Medicis, papa de 1513 a
1521), hijo de Lorenzo “El Magnífico” prefería la bella obra artística de
Rafael porqué le resultaba extraño el estilo violento e impredecible de Miguel
Angel. Tras el breve pontificado de Adriano VI (Adrian Florensz o Adriano de
Utrech, 1522-1523), Julio de Medicis, primo de León X ocupó la silla de Pedro
con el nombre de Clemente VII (1523- 1534). Es la época del “sacco” de Roma por
las tropas de Carlos I de España y V de Alemania el cual hizo prisionero al
papa y luego se reconcilió con él. Clemente encargó a Miguel Angel la pared del
altar de la Capilla Sixtina que no vio iniciar a causa de su muerte. El
siguiente papa, Pablo III (Alejandro Farnesio, 1534- 1549), apremió al artista
que pintara “El Juicio Universal”, 1534- 1541) proyectado por su antecesor.
La obra revoluciona la iconografía del tema. En
lugar de los planos superpuestos y diferenciados, Miguel Ángel crea un espacio
único con cuerpos y figuras (unas 400) que caen y suben en eterno movimiento
rotatorio de subida- bajada que tiene como eje la figura colosal de Cristo como
juez. Los colores atenúan la enorme
fuerza de la bóveda de treinta años antes, eligiendo tonalidades terrosas y
ocres que acentúan el efecto apocalíptico del tema. Se trata del cumplimiento de las palabras que
leemos en san Mateo (24, 30- 31). Las dos últimas obras pictóricas de Miguel
Ángel se encuentran en la Capilla Paulina (de Pablo III) en la cual pintó “La
conversión de Saulo” (1542- 1545), en donde se manifiesta el dramatismo
del momento en que Pablo, inicialmente enemigo acérrimo del cristianismo, cae
al suelo impresionado al escuchar la voz de Cristo y “La crucifixión de san Pedro”
(1545- 1550) cuando crucifican a san Pedro de cabeza abajo según su deseo.
Pedro mira al espectador que cierra el estrecho círculo de personas- testigos
del martirio...
Narcís Ribot i Trafí
(1)- Domenico Ghirlandaio, famoso pintor florentino con talento innato
para las pinturas de gran formato. En la composición de las figuras apunta una
influencia holandesa (“La última cena”, “Abuelo
y nieto”). Su relación con Miguel Ángel debió ser (también maestro-
alumno) como la de Joseph Franz Haydn- Ludwig van Beethoven.
(2)- Julio II (Giuliano della Rovere, papa
de 1503- 1513), sabía mucho de política y estrategia militar (tomó el nombre en
honor de Julio César), además de ser un gran mecenas. Sus enfados con Miguel
Ángel eran contínuos aunque apreciaba el gran genio del artista.
(3)- La Capilla Sixtina se debe a Sixto IV
(Francesco della Rovere, papa de 1471 a 1484), tío del futuro Julio II, también
gran promotor del arte y de la cultura. La mandó construir en 1475 y las
paredes laterales estaban originalmente decoradas con frescos de varios
artistas, entre ellos Perugino y Ghirlandaio.
Bien, esta parte de la obra de Miguel Ángel; pero, en una cuestión que merece no dejar: ¿cómo actuó, como Hombre y como Artista, frente al problema de la paz y la guerra?.
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