“Ese monte que
hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los templarios, cuyo convento ves allí, a
la margen del río. Los templarios eran guerreros y religiosos a la vez… Entre
los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad
fermentó por algunos años, y estalló por fin un odio profundo… Fue una batalla
espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a quienes se quiso
exterminar, tuvieron un sangriento festín… la capilla de los religiosos,
situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y
enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche
de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla y que las ánimas de los
muertos envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería
fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados,
los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han
visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los
esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he
querido salir de él antes que cierre la noche…”
(“El Monte de las Ánimas”, de Gustavo Adolfo Bécquer)
Para muchos es
la “Leyenda”
más perfecta y emocionante de cuantas escribió Bécquer. La riqueza temática, su
dosificación magistralmente comprimida en cuatro breves capítulos y su gran
calidad literaria la evidencian como tal. En el proemio el autor está en Madrid
aunque no se cite explícitamente y la historia se desarrolla en Soria. “El
Monte de las Ánimas” se publicó en “El Contemporáneo” el 7 de
noviembre de 1861 --- fecha cercana al día de difuntos --- sirve para
preparar un clima de terror al igual que
los sonidos acústicos en la introducción (las campanas doblan, el aire hace
crujir los cristales) que se desarrollará “in crescendo” en el nudo y epílogo.
Si en el “Miserere”
(1862), Bécquer se inspiró en el famoso “Réquiem” de Wolfgang Amadeus Mozart,
obra póstuma del gran músico, de la cual se tejió una leyenda a su alrededor,
en el “Monte de las Ánimas” lo hace de la creación literaria de Giovanni Boccaccio en un cuento de su “Decamerón”
(5ª jornada, novela 8ª), relatando a un joven enamorado que se suicida a causa
de los desaires de su amada y es condenado a perseguirla eternamente a caballo
y a arrancarle el corazón (paralelismo con Beatriz perseguida eternamente como
una fiera por los templarios) y que a su vez inspiró cuatro cuadros de Sandro
Botticelli, “Historia de Nastagio degli Onesti” (los tres primeros de la
colección están en el Museo del Prado) y en uno de los relatos del escritor y
humanista barroco Cristóbal Lozano, “Castigo de dos adúlteros”.
La trama
acontece en la Edad Media entrando con un flash- back sobre la leyenda de las
almas en pena de los templarios y los nobles en boca de Alonso, personaje-
víctima de la historia. El tema folklórico del “cazador maldito”, condenado a
vagar hasta el final de los tiempos engarza perfectamente con los otros dos
propuestos: las almas sin reposo que reemprenden su feroz batalla y la mujer
desdeñosa y altiva la cual provoca el terrible y espantoso desenlace. Bécquer
insiste en mostrar personajes femeninos que arrastran hacia la fatalidad al pretendiente de su amor. Encontraremos
valentía pero también inmadurez y falta de prudencia en estos jóvenes
protagonistas de este amor tan imposible como pasional, que les conducirá a la
destrucción: Pedro Alfonso de Orellana intenta robar una joya en la catedral de
Toledo para regalársela a María Antúnez (“La ajorca de oro”, 1861), la mujer
--- siempre bella --- que seduce al desdichado Fernando de Argensola es en
realidad un espíritu maligno el cual tira del joven hasta el fondo del lago (“Los
ojos verdes”, 1861) o los dos amigos enfrentados (duelo a muerte con
espadas) por el amor (prácticamente “imposible”) de una muchacha los cuales son
salvados por la manifestación de una fuerza sobrenatural, probablemente la
misma divinidad (“El Cristo de la calavera”, 1962), recobrando la amistad para posteriormente ver a un hombre
deslizarse con una cuerda desde las habitaciones de su amada y estallar los dos
amigos en una estruendosa carcajada…
A)- EL PRÓLOGO
consta de: 1) un breve preámbulo donde el narrador, el mismo Gustavo Adolfo
Bécquer, nos pone en solfa sobre la leyenda y confiesa no poder dormir al oír
doblar las campanas en la noche de difuntos por lo cual se decide escribir esta
tradición oída en Soria (nos dice que en varias ocasiones intentó dormir sin
conseguirlo, además de volver la cabeza con miedo al sentir crujir los
cristales del balcón, estremecidos por el aire frío de la noche) y 2), el
narrador/escritor/recopilador pasa la explicación que da Alonso a Beatriz sobre
la leyenda, constituyendo el capítulo I de la historia.
Beatriz y Alonso
son los hijos de los conde de Borges y Alcudiel y primos entre si. Alonso está
profundamente enamorado de su prima la cual pasa unos días en las posesiones de
este, en Soria. Muy acertado está Bécquer al crear un segundo narrador (el
propio Alonso), así tabula el embalaje del relato dejando escapar cierta ironía,
en el inicio de la narración, hacia sus lectores (los del diario “El
Contemporáneo. Periódico Político”, editado en Madrid de 1860 a 1865 en
el cual colaboró profusamente Bécquer y publicó la mayor parte de sus “Leyendas”),
comparando la buena posición socio-económica de quienes leen sus escritos con
la precaria del escritor.
Alonso anuncia
el doblar de las campanas de los Templarios (el autor toma algunos enclaves y puntos
geográficos de la realidad: el monasterio de San Polo, fundado por los
templarios a mitad del siglo XII, en la orilla izquierda del Duero y al
comienzo del paseo que lleva a la ermita de San Saturio) colocando ya en
tensión al lector en el inicio. Llegan al castillo Alcudiel. Allí los criados
hablan de las almas en pena del monte…
B)- EL NUDO
son los capítulos II y III. Beatriz contrapone una fría indiferencia hacia los
lamentos de Alonso ante la despedida. El joven recuerda la pronta separación,
dolorosa para él ya que la ama profundamente. En recuerdo de su encuentro
propone regalarle el joyel sujetador de la pluma de su gorra (perteneció a su
madre, regalo del padre) que había cautivado la atención de la muchacha. Esta
le contesta que en su país ---Francia --- una prenda recibida compromete una
voluntad. Continúa la conversación y Beatriz acepta la joya y le pide otro
presente, en este caso como recuerdo de su estancia: ha perdido la banda azul
en el “Monte de las Ánimas” y le pide a su primo que vaya a
recuperarla. Alonso palidece (“sentimiento infantil” en la
muchacha, escribe Bécquer) y Beatriz recarga la conversación citando
(irónicamente y en tono indiferente) los peligros de la acción en el momento “que
atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas
de mil colores”… “¡Una noche tan oscura, noche de difuntos y
cuajado el camino de lobos!”. En el fondo se oían “las voces de las viejas que
hablaban de brujas, de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los
vidrios de las ojivas; y el triste y monótono doblar de las campanas”.
Después de esta breve y magnífica “ambientación”, y tras un momento de
reflexión, Alonso se marcha a buscar la banda azul perdida en el “Monte
de las Ánimas”; se despide y ella volviéndose con rapidez para
detenerlo --- o aparentó querer detenerlo, subraya el escritor --- oye los
casco de un caballo que se aleja. Bécquer cierra el capítulo II rematando con
sus breves y efectivas pinceladas el cuadro sobre Beatriz: “La
hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus
mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía,
que se desvaneció por último. Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos
de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas
de la ciudad doblaban a lo lejos”.
La banda azul a
recuperar será el detonante para el estallido del “fantastique”. Azul es la
cinta extraviada en el terreno de donde surge lo espantoso, azul era el color
de los ojos de Beatriz, azul es la almohada en donde duerme la muchacha y según
la simbología del amor los celos están representados por el azul…
En el capítulo
III Bécquer abre la puerta a lo fantástico, al horror, a lo terrorífico, a lo
sobrenatural en toda potencia después de prepararlo debidamente.
Pasa una hora,
dos, tres y Alonso no regresa. Beatriz intenta rezar sin conseguirlo y piensa
que el joven enamorado habrá tenido miedo para finalmente dormirse con un sueño
inquieto, ligero, nervioso. Beatriz escucha las doce campanadas del reloj del
Postigo (totalmente real, fue suprimido en 1864), entre vibraciones lentas y
sordas cree escuchar su nombre pronunciado por una voz lejana y doliente. El
viento seguía embistiendo los vidrios de la ventana… Ruidos, sonidos impiden
dormir, puertas que se abren a lo lejos hasta llegar a su habitación, ladridos
de perros, voces confusas, palabras ininteligibles, intento vano de
autotranquilizarse, crujir de ropas, eco de pasos de ida y vuelta, suspiros,
respiraciones fatigosas. Todo ello anuncia una presencia invisible y que sin
embargo se adivina y se acerca en la oscuridad, silencio, sombras. Finalmente
logra vencer el miedo diciendo para si que no puede ser ella tan miedosa como
los campesinos de los alrededores y volvió a intentar dormir; ahora oye pisadas
en la alfombra hasta llegar al reclinatorio. Grita y esconde la cabeza bajo la
almohada. Viento, ruidos, campanas que doblan a los difuntos. Todo ello cesa al
llegar la aurora. Separó las cortinas de su lecho y al disponerse a reír de sus
pasados temores vio horrorizada, sobre el reclinatorio, la banda azul perdida en el monte que fue a
buscar Alonso: ensangrentada y desgarrada (“…un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos
se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas…”). Cuando
sus asustados servidores iban a anunciarle la muerte de Alfonso de Alcudiel,
devorado por los lobos, la encontraron
muerta, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del
lecho: entreabierta la boca, desencajados los ojos, blancos los labios, rígidos
los miembros, muerta, muerta de horror …
C)- EL EPÍLOGO
es el brevísimo capítulo IV que no tiene algo más de diez u once líneas. En él
Bécquer “prolonga” (en palabras de Joan Estruch) el castigo de Beatriz. Un
cazador moribundo, extraviado en El Monte de las Ánimas durante la noche de
difuntos relata antes de morir cosas
horribles: asegura haber visto “los esqueletos de los antiguos templarios y
de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto
de la oración con un estrépito horrible y, caballeros sobre osamentas de
corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada
que, con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba
vueltas alrededor de la tumba de Alonso”.
Podemos ver que
el alma de Beatriz está condenada a un tránsito, sin poder reposar, quizás
hasta el final de los tiempos (junto con las de sus perseguidores, nobles de
Soria y templarios) o sea purgar el pecado cometido. Por el contrario, Alonso
si puede descansar en paz….
Narcís Ribot i Trafí
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