Richard Wilhelm Wagner (1813- 1883) no fue simplemente un
músico sino un dramaturgo- músico. Su idea era fundir, conjuntar el poema
dramático y la música; así, engastados mutuamente y además fue un pensador en
el campo de la estética y un teórico del arte. Al igual que su admirado Ludwig van Beethoven, Wagner buscaba lo
sublime, la necesidad de superarse a sí mismo en un ideal de abnegación y
sacrificio, la lucha del héroe con el destino
para dominarlo y suscitar el advenimiento de un mundo mejor (“Parsifal”,
la tetralogía del “Anillo del Nibelungo” compuesta por “El
Oro del Rin”, “La Valkiria”, “Sigfrido” y “El Ocaso de los Dioses”).
Los autores de ópera anteriores a Wagner habían utilizado la música de forma
instintiva, a veces sin profundidad en la conexión con lo visual, colocando
muchas veces al azar atractivas melodías mientras nuestro hombre ubicó los
motivos correspondientes a cada situación o personaje: todo está en función de
la obra incluyendo el ballet usado en ocasiones (“Rienzi”, “Tanhauser”)
pero jamás como simple ornamentación.
Recordemos los
diversos compositores barrocos y pre barrocos
tienen grandes obras, después Wolfgang Amadeus Mozart escribió óperas
famosas, Beethoven compuso solo una, “Fidelio” (1805), y juró no
hacer ninguna más --- pese al éxito --- por las dificultades que encontró,
Franz Schubert (por cuya música he sentido siempre gran debilidad) compuso unas
cuantas óperas sin estrenar ninguna: “Alfonso y Estrella”, “Fierrabas”
(óperas), “El estudiante de Salamanca” (opereta) o “Rosamunda”
(música incidental), en resumen argumentos
bastante descuidados y algunos deleznables, música maravillosa…
Compositores como Felix Mendelssohn (“Las bodas de Camacho”),
Franz Listz (“Don Sancho”) o Robert A. Schumann (“Genoveva”),
pese a buenos momentos se acercaron a la ópera solo de forma accidental
mientras otro de los grandes, Brahms, jamás elaboró ninguna. Italia, tierra
privilegiada musicalmente y en otros aspectos, nos dio notables y grandes
especialistas: Gaetano Donizetti, Vicenzo Bellini, Gioachino Rossini, Giuseppe
Verdi y Giacomo Puccini para citar solo los más destacables. A primera mitad
del siglo XIX en Alemania la ópera ya se basaba en pensamientos e ideales de
filósofos y poetas, muchas veces de temática sobrenatural destacando el
compositor Carl María Von Weber (1786- 1826) con su obra más conocida, “El
cazador furtivo” que, pasando por Heinrich Marscher (1795- 1861) y
Giacomo Meyerbeer (1791- 1864) llegamos al renovador total Richard Wagner con
sus primeras obras de estilo claramente romántico para después innovar la
música y el escenario como jamás se había visto. El pensamiento de Wagner es el
“drama musical” --- y así se denominarán sus obras de este segundo período ---
ubicado siempre en el romanticismo musical. 1) Busca la fusión de todas las
artes y sus componentes (poesía, escenografía, música, trama), 2) la melodía
“sin fin” solo cambiante por un fraseo regular imprimiendo cadencias claras
para señalar más dramatismo a la obra, 3) el “leitmotiv”, para
representar hechos, situaciones, personajes… 4) la obra desarrollada “hasta el
infinito”, varias tienen una duración de más de cinco horas, 5) música al
servicio del drama escénico con papel relevante y principal de la orquesta en
función propedéutica de la acción y su desarrollo.
Resulta curioso que fuera la obra de Wagner la
introductora, en mi caso, en el mundo de la música clásica y de la ópera,
consideradas obras “difíciles”, nunca o casi nunca recomendada como
introducción para principiantes (en el estudio de la música o simplemente para
los aficionados). De ello hace ya más de treinta años y al poco descubrí la
influencia wagneriana en otros músicos --- no compositores de ópera ---
admiradores del artista alemán (en cuyas obras “algo hay” que nos recuerda a
Wagner aunque fuera de género totalmente distinto) como Anton Bruckner (su
sinfonía 3 está dedicada y lleva el sobrenombre de sinfonía “Wagner”)
o Gustav Mahler sin que por ello deje de admirar la obra de Johannes Brahms en
la cual se refugiaron algunos detractores wagnerianos (también me gustan las
óperas de Verdi, Mozart, Puccini, Richard Strauss, éste con influencias
wagnerianas en la primera parte de su carrera) y muchos más pero Wagner por su
originalidad temática, escénica y cromática es mi preferido.
Una docena de años después de la muerte de Wagner
apareció un invento llamado cinematógrafo (1895), en un principio considerado
una curiosidad de barraca de feria y, desde luego, despreciado por muchos.
Luego se asentaría convirtiéndose en el 7º Arte (después de literatura, música,
danza, arquitectura, pintura y escultura; así, sin orden). En verdad si Wagner
hubiera conocido el cine lo hubiese utilizado en función de su ideal de fusión
de las artes. Con las técnicas de hoy en día de efectos especiales (frecuentemente
usadas, por desgracia, como finalidad de la obra y no como medio) podríamos
imaginar escenas totalmente maravillosas como el viaje eterno del “Holandés
errante”/”Buque fantasma”, el viaje por arte de magia de
Venusberg al valle cercano al castillo de Wartburgo (“Tanhauser”),
la totalidad del desenlace de “Lohengrin”, la lucha contra el
dragón (“Sigfrido”), la lanza suspendida en el aire de “Parsifal”,
los dioses subiendo al cielo por el arco iris o el Walhalla incendiado (final
de la Tetralogía, “El ocaso de los dioses”) y
muchas otras.
En agosto de 1980 apareció el nº 74 de la revista
barcelonesa “Monsalvat”, dedicada a la música clásica (cayó en
mis manos cuatro años después), constituyendo un monográfico sobre “Wagner
en el cine”, además de hablar también de la influencia del compositor
en diversas artes (aparte de ello solo recordar el retrato de Wagner realizado
por aquel insigne impresionista Auguste- Pierre Renoir y también que el gran
arquitecto catalán Antoni Gaudí era otro eminente wagneriano) el cual me sirvió
para elaborar una esquemática relación de películas sobre la figura de Wagner y
alguno de sus temas tocados por el cine. También es válido ahora con el lógico
añadido de dos o tres cintas más. Se han realizado varios films biográficos o
sobre temas wagnerianos aunque no podamos hablar de directores o actores
especializados en Wagner.
Una sorpresa para mí fue la cinta biográfica que abre las
adaptaciones, “Richard Wagner” (1912), de nacionalidad alemana y
dirigida por Karl Froelich para conmemorar el centenario del nacimiento del
músico. El Dr. Giuseppe Becca interpretaba a Wagner con un físico muy similar y
la película costó unos 60.000 marcos, una cifra astronómica para su época. Con
firme precisión narra los acontecimientos fundamentales de la vida del
compositor, entre ellos la “Insurrección de Dresden” (1849) reprimida por el
rey Federico Augusto II de Sajonia con el apoyo de Prusia y en donde Wagner,
comprometido con el movimiento anarquista de Mikhail Bakunin, se vio obligado a
exilarse durante un tiempo mientras su persona y su música eran repudiadas y
marginadas.
Me parece obligatorio hablar, aunque sea brevemente, de “Los
nibelungos” de Fritz Lang (1924) a pesar de no ser una película donde
aparezca la figura de Wagner pero si de los personajes usados por él en la
“tetralogía” del “Anillo del nibelungo”. Es lógica la
concomitancia de héroes y protagonistas entre la tetralogía wagneriana y el
film “Die Nibelungen” (“Los nibelungos”, Alemania),
del gran realizador Friedrich Christian Anton Lang, más conocido como Fritz
Lang (Viena, 1890 – Los Ángeles, 1976). El guión de la película es del propio
Lang y su esposa Thea von Harbou (recordemos, entre otros, el guión de “Metrópolis”)
y mientras ella se afiliaba al partido nacionalsocialista el realizador se
exilaba de Alemania hasta aposentarse en Estados Unidos. La película está
inspirada en “Nibelungenlied” (“El cantar de los nibelungos”),
poema épico medieval germánico (siglo XIII) y anónimo que, como muy bien dijo
Salvador Sainz, es el equivalente del “Cantar del mío Cid” en
España o “El cantar de Roldán” en Francia. En él ya se había
basado Friedrich Hebbel en la composición de su trilogía para el teatro: “Siegfried,
el de la piel de cuerno” (prólogo en único acto), “La muerte
de Siegfried” (en cinco actos) y “La venganza de Kriemhild”
(igualmente representada en cinco actos). Wagner también se basó en los mismos
fundamentos pero más parcialmente ya que añadió y lo mezclo con leyendas de las
sagas nórdicas. Como dato anecdótico señalemos que “Los Nibelungos”
de Lang está dividida en dos partes, la primera es “La muerte de
Sigfrido”, más dinámica y fantástica, fue promocionada y ensalzada por
el régimen nazi mientas que la segunda, “La venganza de Krimilda”,
fue prohibida (recordemos la aversión sentida por el realizador sobre el
partido y la ideología instalada en su país ya que prácticamente era lo mismo
Austria que Alemania). Al final de su admirable carrera cinematográfica el
realizador nos dará otra maravilla en forma díptica filmada también en
Alemania: “El tigre de Esnapur” y “La tumba india”.
Con las mismas divisiones de la obra de Lang hay un remake --- dos películas,
también alemanas, de Harald Reinl (1966-68) --- bastante visibles aunque con un
Sigfrido bastante apagado, una Brunilda morena y, lo más importante y más grave,
la música no es de Wagner.
Volviendo a la figura del compositor alemán veremos en
1954 el film estadounidense de William Dieterle “The Magic Fire”
(“Fuego mágico”). Es una película sobre nuestro músico sin
respuesta comercial ni crítica en su país; en Europa la crítica fue más
positiva al igual que la recaudación. La Republic Pictures, productora de la
cinta, había realizado westerns en Trucolor --- recordemos aquella obra maestra
de Nicholas Ray titulada “Johnny Guitar” --- como excepción filmó esta biografía con el
mismo sistema. El rodaje se realizó en Alemania en localizaciones como el
castillo de Neuschwanstein, en Füssen (empezado a construir por Luis II de
Baviera en 1869 y terminado en 1886) o el domicilio de la familia Wasendonck en
Suiza, hoy convertido en museo, entre otros enclaves interesantes, corriendo la
música a cargo de Erich Wolfgang Korngold y Hans Richter, director de algunas
obras wagnerianas en el Festival de Bayreuth (iniciado anualmente a partir de
1876). Se trata de un film difícil de ver, quizás no tan “maldito” como la
película de Robert Wise de 1945, “A Game of Death”,
remake del clásico “El malvado Zaroff” (1932) o el “Parsifal”
del wagneriano catalán Daniel Mangrané (1951) pero que uno desearía hallar y
hasta el momento nada… Por los pasajes sueltos que he podido visionar
posiblemente no sea un film compacto pero algún fragmento desparramado tiene la
calidad esperada de un director como Dieterle. A destacar la interpretación de
Alan Badel como Wagner y Rita Gam (Cósima Listz, futura amante y esposa de
Wagner), apareciendo también nuestro entrañable Peter Cushing en el rol de Otto
Wasendonck, esposo de Mathilde. Acusan a la película de no ser seria, de no
profundizar la relación del compositor con su mecenas, el rey Luis II de
Baviera o también de no hacer mención de los hijos de Wagner y Cósima (Eva,
Isolde, Siegfried). Puede ser cierto pero hay otros films sobre el tema que
siempre obvian estos y otros aspectos y desde el punto de vista de las mujeres
con las cuales convivió: Minna Planner (Yvonne De Carlo), Mathilde Wasendonck
(Valentina Cortese) y Cósima Listz (Rita Gam), casada primero con Hans von
Bulow (Erik Schumann), director de orquesta wagneriano y gran amigo de Franz Listz (Carlos Thompson). En cambio si
se narra el enfado de Listz con Wagner y su hija Cósima que duró cuatro años
hasta una posterior reconciliación (siempre protegió, en todos los sentidos, a
Wagner pero no le quería como yerno, prefería a von Bulow quien había sido su
alumno).
Hubo una serie inglesa para TV (en principio se proponía
una película de larga duración para salas) de Tony Palmer, “Wagner”
(1983) bien ambientada y excelentemente interpretada donde se describen 50 años
de la vida del compositor: Richard Burton es Wagner, Vanessa Redgrave es Cósima
Listz, reuniendo también a monstruos sagrados de la interpretación como sir
Laurence Olivier, sir John Gielgud y sir Ralph Richardson. La música de Wagner
(lo agradecemos) ambientadora de la filmación no podía ser mejor dirigida: sir
George Solti. A pesar de ello el guión es dubitativo y carece de consistencia en ocasiones y la
música parece colocada al azar sin pensar cual conviene en cada escena. Todo
ello hace la narración sea reiterativa. Una muestra de la indocumentación es
cuando se pronuncia la palabra “nacionalsocialismo” en uno de los capítulos:
cuando murió Wagner (1883) este término no existía aún, Adolf Hitler nació en
1889 y el partido nazi tomó el poder en Alemania en 1933. Es necesario decir
que la obra de Wagner (y en especial la tetralogía) es todo lo contrario de la
apoteosis nacionalista germana, aunque ya los guillerministas kaiserianos,
antes, y después los nacionalsocialistas se apoderaron de ella, debidamente
manipulada, para sus mezquinos fines (evidentemente silenciaron o no recordaban
su pasado tras la barricadas, su relación con Bakunin y Roeckel y la revolución
de Dresde en 1848). A pesar de todo la serie se puede visionar.
“Wahnfriend” (“Richard y Cósima”), de Peter Patzak
(1987) es el último biográfico que conozco. Se narra a partir de la relación
amorosa entre Wagner y la hija de su amigo Listz (el suegro solo tenía dos años
más que el yerno) con la presencia de un amigo el cual posteriormente rompió
con el compositor: el pensador Frederic Nietzche. No se profundiza ni analiza
el porqué de la rotura y en la película, una vez más bien ambientada, el guión
hace desarrollar general y tediosamente la acción según los pensamientos e
ideas de Nietzche. Si en la serie de Tony Palmer, Liszt era presentado como un pobre hombre, algo
bobo, aquí, en su primera parte, aparece como un molesto inoportuno. Recordemos
que Wagner confesó que se lo debía todo a Franz Liszt (alguien, en un escrito
lo tachó de “villano palaciego”, cuando el compositor húngaro era un hombre
afable y bondadoso que siempre ayudó a sus colegas, algo no siempre
reconocido). Otra oportunidad perdida de mostrar la vida de Wagner y como
produjo aquella música sin par; nos quedamos con una película más la cual sin
ser mala es muy discutible.
Hay algún film
donde Wagner aparece como personaje secundario que tiene su importancia. Si nos
ceñimos al protagonismo del rey Luis II de Baviera hemos de citar la canónica “Ludwig”
(“Luis II de Baviera, el rey loco”), donde Luchino Visconti
(1972) consigue una obra de precisión estilística en buena fusión argumental
apoyado por su inspiración y el excelente manejo de actores: Helmut Berger (rey Luis II), Trevor Howard (Wagner) y Romy Schneieder repitiendo
su rol de Sissí aunque en un registro totalmente diferente. La película de
Visconti tiene un precedente, “Ludwig” (“El rey loco”),
de Helmut Kautner (Alemania, 1954) difícil de visionar y, por testigos,
sencillamente magnífica, totalmente al
revés de “Ludwig, Requiem für Einen Jungfraülichen Köning” (“Ludwig:
Réquiem por un rey virgen”) escrita y dirigida por Hans- Jürgen
Syberberg (1972), película fragmentada y deshilvanada aunque goza de cierta
popularidad extracinematográfica por la entrevista del realizador a Winifred
Wagner (nuera de Richard, esposa de su hijo Siegfried, con la cual nunca
coincidió ya que nació 14 años después de la muerte del compositor).
Tengo en estima
“Song without End” (“Sueño de amor”), de Charles
Vidor (1960), fallecido durante el rodaje por lo cual el film se completó a
cargo de George Cukor. Es una parte de la vida de Franz Liszt (magnífico Dirk
Bogarde) donde Wagner (Lyndon Brook) aparece brevemente en tres ocasiones, la
última le pide dinero para poder huir a Suiza perseguido por una sociedad
musical que le ha negado un clarinete y él ha roto el contrato y, además, le
entrega la partitura de “Lohengrin”. Charles Vidor tiene otro
biopic musical: “A song to Remember” (“Canción
inolvidable”, 1945), sobre Frederic Chopin, bien conseguido.
También Ken
Russell, especialista en películas “etílicas” (podrían denominarse así) por
lanzar la cámara al aire sin ton ni son dará aporte al tema: “Mahler”
(“Una sombra en el pasado”, 1974) narra la historia (“sui
generis”, por supuesto) de aquel compositor (judío) ferviente wagneriano:
veremos una Cósima joven-Walkiria- con atuendo (escaso) nazi la cual subyuga en
relación sadomasoquista al joven Mahler. Si “Una sombra en el pasado”
es grotesca (los fragmentos musicales de Mahler, lo único destacable), lo
perpetrado un año después por Russell, aparte de ser una mamarrachada pura,
también es aberrante: “Lisztomania” (“Lisztomania”),
donde se identifica --- otra vez --- a Wagner con el régimen nazi, representando el mal dentro de la música
mientras Liszt encarna al bien dentro de la música (Wagner incluso copia partituras
de su suegro). Al tomar los hábitos (aunque nunca fue sacerdote) el compositor
húngaro desea realizar un exorcismo sobre su yerno que, al morir, su espíritu
se reencarna en un zombi- nazi…
No siempre ha
hecho justicia el cine a Wagner y a su música pero si tenemos cintas
destacables. Se cumple el segundo centenario del nacimiento del compositor. En algunas
localidades se ha recordado su obra en festivales y muestras (aunque solo sea
en breves fragmentos musicales) mientras que en otras las palabras “cultura” o “sensibilidad”
les van anchas a determinados políticos ocupantes de la “cartera cultural”, solo
capaces de promover sainetes populacheros, ruidosos, vulgares, groseros, gargantuescos
y de sal gorda para intentar arañar votos de donde sea. Si algún partido
político intenta (y casi consigue) hundir los valores también lo hace con la
cultura, la cual es otro gran valor, solo protegen y subvencionan (cuando están
en el poder) “la suya”, por supuesto: si algún artista milita en su formación
será siempre mejor que otro que no lo haga y este último se procurará hacerle
caer en la sima del olvido (el lamentable estado del actual cine español, p.
e., donde películas de “amiguetes” adictos recibían apoyo económico aunque
hubiera casos en que el film no llegara a estrenarse por no gustar a nadie y
porqué nadie iría a verlo). Y así estamos…
Narcís Ribot i Trafí
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