Es
a mediados del siglo XVIII cuando el “Concerto Grosso” barroco (un grupo
de solistas opuestos a la orquesta cuya creación inicial es atribuida a
Arcengelo Corelli) empieza a ceder su popularidad al correspondiente sucesor evolutivo:
el concierto para solista, principalmente violín o instrumento de teclado
(primordialmente clavecín y, desde su aparición, pianoforte).
En esta época
definitoria de las grandes formas de música orquestal surge alguna composición
de carácter híbrido como la “Sinfonía Concertante”, que al no
encajar en los modelos preestablecidos acaba por desaparecer. Generalmente
posee una estructura de sinfonía (cuatro tiempos con un minueto en tercer lugar
con dos o más instrumentos contestando a la
orquesta) y fue practicada por la Escuela de Manheim y prolongada por
Joseph Franz Haydn y Wolfgang Amadeus
Mozart.
Mozart (1756-
1791), genio musical de corta vidas extraordinaria fecundidad, otorga a sus
composiciones una perfección formal y una estabilidad que van mucho más allá de
la gracia y la elegancia relacionadas durante mucho tiempo como únicas virtudes
expresivas. Fue un artista tan profundo en su idea musical como equilibrado y
refinado en sus incomparables construcciones arquitectónicas musicales.
Si Haydn se
sentía a gusto en la sinfonía y en los oratorios así como en los cuartetos de
cuerda y en cambio su producción de óperas y conciertos era irregular --- a
pesar de fragmentos bastante bellos --- su amigo Mozart dio unas óperas y unos
conciertos con mucha más personalidad y envergadura.
Mozart nos dio
un total de 47 conciertos (además de 16 esbozos, o sea obras que nunca continuó),
incluidas dos “Sinfonías Concertantes” (una de instrumentos de viento y otra
para violín y viola), 27 conciertos para piano, 7 para violín (de los cuales
dos son de dudosa autenticidad mozartiana), 4 para trompa, 1 para oboe, 1 para
clarinete, 1 para fagot, 1 para arpa- flauta, 2 para flauta y el “Concertone”
(*).
Entre las
composiciones de Mozart más esplendidas y emocionantes figuran sus conciertos
para piano (hasta el nº 14 fueron pensados para el clavecín pero a partir del
nº 5 se decidió por el pianoforte por el cual sentía debilidad), escalonados a
través de toda su vida en constante y formidable evolución.
Mozart no otorga
más o menos importancia al piano solista o a la orquesta sino que, a veces,
ambos compartían un mismo tema; la inventiva es tan inmensa (lo cual le hace
menos expansivos en los desarrollos de sus conciertos que en los de sus
sinfonías) que llega a crear un abanico de procedimientos para presentar una
melodía y para alejar un fragmento de su conclusión prevista. Los cambios de
ritmo, tonalidad y de tempo son siempre sorprendentes --- nunca con rotura
brutal ---y opuestos a toda rutina y a la vez son personalísimos y nucleados en
la esencia misma del clasicismo.
Dificilísimo por
su gran calidad destacar alguno: sugiero el nº 9 en mi bemol (K. 271, llamado “Jeune-
Homme”), el nº 20 en re menor (K. 466), el nº 23 en la mayor (K. 488),
el más lírico y espiritual, el nº 24 en do mayor (K. 537), quizás el más
conocido a causa de su creación en honor de la coronación de Leopoldo II
(llamado “Coronación”). En 1791 escribió su último concierto para piano,
el nº 27 (K. 595) en si bemol, una obra totalmente aparte, subjetiva y
melancólica que parece predecir la muerte (mismo año) del compositor.
Los cinco
conciertos para violín fueron compuestos en su totalidad en el año 1775
(dejamos los dos discutibles) y dedicados a Antonio Brunetti, destacado
violinista. Dotado como excepcional violinista es posible que el propio Mozart
los interpretara con frecuencia aunque prefería el piano. No encontramos la
perfección de los dedicados al piano pero la fuerza de Mozart está siempre
presente. Es notable el virtuosismo del solista con lenguaje sencillo.
Los conciertos
3, 4 y 5 para violín son los más
interesantes y trabajados con lenguaje alegre y tierno. El nº 5 (K 219) posee
un relampagueante episodio, diferente a los otros, el cual le ha valido el
sobrenombre de concierto “Turco”. Los cuatro conciertos para
trompa son sencillamente perfectos, al estilo “francés” y con aire de “cacería”
con un dominio de la solista trompa (mucho más limitada como solista que el
piano o el violín) realmente sorprendente. También demuestra su dominio “todo
orquesta” en su concierto para clarinete en la mayor (K. 622) elaborado también
el último año de su vida, ejemplo de coloración expresiva y sacando el máximo
provecho al solista clarinete todo y renunciando al virtuosismo instrumental,
es el más destacado concierto de los instrumentos de viento.
Narcís Ribot i Trafí
(*)- “Concertone”
(K. 190), para dos violines y orquesta, una curiosidad dentro del espíritu
mozartiano.
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