“Las óperas de Mozart son una
revelación del alma, un símbolo total de su contenido emotivo, algo insuperable
para cualquier músico”. (Richard Strauss)
La ópera, drama cuyo texto puede ser sucesivamente cantado y hablado,
debe su nacimiento a algunos músicos y poetas florentinos de finales del siglo
XVI, también como reacción contra la polifonía que no tenía en cuenta el valor
literario del texto. El “bel canto” --- preferencia de la belleza vocal (el
canto) sobre la palabra --- conoció su apogeo en las óperas napolitanas
para después, la ópera, ser dominada por
dos corrientes: 1) el acento sobre la palabra y la música en función de hacer
más claros e intensos los textos poéticos, y 2) el acento sobre la música con
el texto sometido a las normas estéticas musicales y vocales mientras la ópera
francesa añadía ballets, apareciendo la “ópera cómica”, la “buffa”,
la “humorística”, etc.
El notable músico alemán Christopher Willibald
Gluck (1714 -1787) renovó la ópera intensificando el recitativo, escenas para
el coro, las arias adoptan libremente su propia forma, la orquesta interviene
para dar fluidez dramática, control del ballet y temas buscados con preferencia
en la Antigua Grecia y su mitología (“Orfeo
y Eurídice”, “Alceste”). A partir de 1780 las
aportaciones de Gluck y las de la ópera italiana convergen genialmente en la
portentosa imaginación de Wolfgang Amadeus Mozart (1756 -1791) y nace otra
época para la ópera y la música.
A través de un discurso musical de perfecta
fluidez, en el cual se dan cita todas las técnicas, se produce la perfecta
unión de lo vocal con el sinfónico instrumental. De Gluck toma Mozart la
grandeza de la concepción trágica, la fuerza del recitativo, el protagonismo y
la importancia del coro pero con más fuerza que en la revolución gluckana.
Tan magníficamente dotado para la orquestación
sinfónica como para el teatro, Mozart compuso su primera ópera a los 12 años: “La
Finta Semplice” (representación “buffa”), donde se anuncian sus
futuros éxitos y a continuación “Bastian y Bastiana” (obra en alemán
aún representada) en un acto. Gracias a un contrato fue “Il Sogno d'Escipione”
(1772) y “Ascanio in Alba” aumentaron su popularidad mientras “Lucio
Sila” demostraba su capacidad musical ante un libreto mediocre (vemos
que estas obras están inspiradas en la Antigua Roma, “Ascanio in Alba” es
mitología romana). Algunas de sus óperas quedaron inconclusas (“Thamos,
rey de Egipto” y “Zaide”, un “sigspiel” que le
proporcionó material para “El rapto en el Serrallo”). La obra
de total madurez de esta primera época es “Idomeo, rey de Creta” (1780), muy
original en sus planteamientos, cosa que hizo el no triunfar en sus primeras
representaciones. Ya en su etapa plenamente madura nos da “El rapto en el Serrallo”
(1782), de ambiente oriental, sin caer en el decorativismo o en la búsqueda
gratuita del empalagoso exotismo de otras ocasiones (pero no de Mozart). La
orquestación turca era inédita: bombo, tambores, pifanos, címbalos y triángulos
(esta obra entusiasmó al mismo Gluck que nunca intentó competir con Mozart).
Después de dos óperas cómicas incompletas (“La oca del Cairo” y “Lo
sposo Deluso”) comienza en 1785 la colaboración con el excelente
libretista Lorenzo da Ponte. La unión entre el genio salzburgués y el polifacético
da Ponte dio sus frutos en tres obras maestras, figurantes por derecho propio
en cualquier antología lírica: “La Nozze di Figaro” (1785), “Don
Giovanni” (1787) y “Cosi Fan Tute” (1789).
En la primera todo es sensacional, quizás lo más
destacable es la perfecta descripción de los personajes mediante la música (el
tema de “Fígaro” fue adaptado de la comedia de Pierre Agustin de
Beaumarchais), del gozo, la alegría se pasa a la pena, algo muy difícil de
conseguir y que Mozart logró. “Don Giovanni” fue otro éxito:
lujuria, sangre, comedia... Don juan es licencioso y sin escrúpulos para
conseguir su finalidad pero también es noble y espontáneo. Nuevamente se
consigue un equilibrio perfecto entre el preciso libreto de da Ponte y la
imaginativa y deliciosa música de Mozart (la obertura está entre las mejores).
“Cosi Fan Tute” está provista de una música translúcida que convierte, una vez
más, una aparente comedia a primera vista frívola en auténtico drama humano.
Puede que fuera del triángulo la que menos éxito consiguió aunque desde el
punto de vista literario es el libreto mejor conseguido de da Ponte.
En 1791, año de su muerte, Mozart concluyó dos
óperas: 1) “La Clemenza de Tito”, elaborada rápidamente (tres
semanas), sufriendo cierto estatismo pero la música mozartiana está por encima
de todos los elementos y, en ocasiones, se sitúa a la altura de sus mejores
obras (se puede emparejar con “Idomeo, rey de Creta”) y 2) “La
flauta mágica”, que bajo el estilo de sigspiel (drama musical que
contiene diálogos en alemán de carácter ligero y cómico) da cabida a todos los
géneros: estilo religioso, conjunto cómico, canción popular, arias heroicas,
etc. De esta forma compendia un espléndido mosaico musical dotado de una
sorprendente unidad (algo que solo Mozart consiguió). El simbolismo de la obra,
su vertiente masónica (Mozart era masón), sus efusiones esotéricas partiendo de
dualidades maniqueas (luz- tinieblas, bien- mal) están aún lejos de descubrirse
en su totalidad pero, eso sí, puede uno gozar sin paliativos de esta “Flauta
mágica”, una de las más altas cimas del arte universal y perfecta
síntesis de otras obras mozartianas...