Una sala de medianas proporciones aporta favorablemente
la audición de un grupo reducidos de instrumentos. Aquí nace la música de
cámara: ejecutada en recintos no grandes por pequeños grupos instrumentales (p.
e. un recital de piano no es música de cámara) cuya característica esencial es
el “diálogo en igualdad de condiciones” entre dos o más instrumentos. En este
tipo de música ningún instrumento ha de estar sometido a otro, la
preponderancia de todos y de cada uno ha de ser por un igual (virtuosismo
colectivo). Dejando aparte su origen podemos decir que este género debe su
sentido y ordenación --- una vez más --- a la gran figura de Joseph Franz Haydn
y, más tarde, al inigualable Wolfgang Amadeus Mozart, para finalmente eclosionar
en los 17 cuartetos de Beethoven para luego proseguir con los románticos.
De acuerdo con los músicos figurantes, los conjuntos de
cámara tendrán el nombre tríos, cuartetos, quintetos, sextetos, etc. En tríos
(o tercetos) hay las formaciones denominadas clásicas o típicas (trío= violín +
violoncelo + piano; cuarteto= dos violines, 1º y 2º, + una viola + un
violoncelo), a partir de ahí pueden haber multitud de composiciones (p. e.
cuarteto de violín, violoncelo, viola combinado con flauta, oboe o piano,
etc.).
Los 17 cuartetos de cuerda de Beethoven (1770- 1827) a
pesar de estar creados en épocas diferentes (escasos duetos, tríos y quintetos)
señalan una arriesgada incursión experimental en la música de cámara (los
últimos cuartetos de Mozart señalaban ya la dirección a seguir por Beethoven). Al
compositor de Bonn no le interesa el virtuosismo en si sino las posibilidades
expresivas de la cuerda con la cual --- al igual que todas sus obras --- nos
comunicará sus sentimientos y pensamiento. No hay concesiones al público ni
ornamentaciones superfluas; a veces su audición parece seca i difícil (es
necesaria más de una audición para apreciarlas en su valía) y para algunos su
audición será críptica.
Sus seis cuartetos de cuerda registrados como Opus 18
(1799- 1800) son de su primera época y no siguen el orden de creación sino tal
como los colocó el compositor. Hay un “relleno” de melodía que está en su
lugar, cumple su función (no de adorno) de dar entrada al estilo
contrapuntístico beethoveniano tan rico y complejo que marcaría los cuartetos
posteriores. Hay perfección formal exterior, a veces imitativa, y maestría
técnica más ajustada al estilo “cuarteto reinante de la época).
El opus 59 (n. 1, 2 y 3), 74 y 95 son los “cuartetos de
la época intermedia”. Los primeros, Opus 59, grupo de tres, equivalen en
extensión a los anteriores y están dedicados al conde de Rasumomowsky. Fueron
considerados muy densos y difíciles para una gran mayoría auditiva. En los dos primeros Beethoven introduce temas
folklóricos: una canción que embellece el movimiento al final del cuarteto en
Fa (Opus 59, n 1) y tema imponente --- denominado “Slava” --- en
“Allegretto”, tercer tiempo (Opus 59, n 2) que parte de la viola
mientras se re expone y se apaga el eco del tema. Una jugada genial que, a
pesar de no ser entendida en su momento, fue un éxito apoteósico entre los
musicólogos mientras la parte negativa la constituyó, como en innumerables
ocasiones, la crítica obtusa. Es conocida la anécdota del enfadado músico Radicatti
el cual le manifestó a Beethoven que “aquello
no era música” mientras la acertada contestación del compositor fue: “Esto
no es para usted, es para el futuro”.
El cuarteto en Si bemol (Opus 74) es sosegado y fino a
pesar que en su “Adaggio” muestre un sentimiento similar a su Sonata “Patética”
(la tristeza) y el dinámico ritmo del “Presto” recuerda el “Allegro con
Brio” de su 5ª sinfonía, la llamada “Del Destino”. El
cuarteto en Fa Menor, Opus 95, es una obra compacta y cargada de tensión
(escrita en 1810) y de una amargura que sorprendentemente acaba en un final
sugerente de felicidad, recordable a la obertura “Egmont”
elaborad unos meses antes.
Los últimos cuartetos están entre lo mejor y más maduro
de la música de Beethoven y de la música universal, dando nuevos caminos y
nuevas claves mayor bien del amante o, simplemente, del aficionado o entusiasta
de la música. Obra de gran lirismo y austeridad en el material es el Opus 127
en Mi bemol Mayor, el “Gran Cuarteto” en Si Bemol Mayor (Opus 130) es de
construcción irregular (seis en lugar de cuatro movimientos) a causa del
obligado retoque por parte del compositor. El Opus 131 en Do Sostenido Menor es
considerado el mejor cuarteto por el mismo autor y el Opus 135 en Fa Mayor
representa para Beethoven lo mismo que el Réquiem para Mozart.
Sus últimos cinco cuartetos surgen de un mundo metafísico, casi inaccesible,
como sus últimas obras: Sinfonía nº 9 (“Coral”) y la “Misa
Solemnis”, sin comparación en la historia de la música que compuso
estando enfermo y totalmente sordo.
Narcís Ribot i Trafí